31 de mayo de 2013

Islandia (y XXIX), Reykjavík y Bláa lónið. Epílogo

¿Por fin Reykjavík? Antes démonos un baño...
Ya habíamos pasado por Reykjanes nada más llegar a Islandia, una península de intensa actividad telúrica al Suroeste de la isla que, con sus paisajes peregrinos, no deja indiferente al recién llegado. Volvíamos por allí, a propósito al final, para visitar la Laguna azul (Blue lagoon o Bláa lónið), un inmenso charco artificial a casi 40ºC cargado de sílice y sulfuro en medio de una panorámica negra, spa alimentado por las aguas subterráneas devueltas por una vecina central de energía geotérmica. Se trata de una gran atracción turística, un complejo bien pensado y bien cobrado, prácticamente el único de esta calaña en todo el país, porque de momento en Islandia la naturaleza es tan gratuita como el oxígeno. Su superficie azul turquesa y fondo blanco son estridentes, pero de su interior sales recuperado de cualquier paliza... ¡El descanso merecido!
En la capital terminaba el recorrido, un mundo extraño después de diez días entre piedras, vientos, líquenes, silencios y naturaleza alucinógena. Calles espaciosas y casas de colores, sonrisas que celebran la llegada del sol, plazas y cafés abarrotados, parques llenos de niños... el verano contagiándose después de muchas horas de oscuridad, frío y aislamiento humano.
Reykjavík es una ciudad extensa y poco habitada, la capital más septentrional del planeta, pero parece un pueblo grande y cosmopolita, abierto y tradicional a la vez. En su suave perfil resalta Hallgrímskirkja, la iglesia luterana que culmina una suave colina y parece homenajear los bloques de basalto y lava presentes por toda la isla.
Alguien dijo que Islandia no podía tener mejor promoción turística que la de este humilde blog, y llevaba razón. Un país con una naturaleza desafiante y apabullante, un pueblo con una visión diferente- y válida- de la realidad y un singular respeto por sus valores y tradiciones. Veintinueve entradas (¡29!) de una saga totalmente desinteresada, gratuita, apasionada y enamorada. Ni yo mismo pensaba que sería capaz de sacar a flote tal cantidad de información, imágenes y recuerdos, un esfuerzo de todo un año con el único fin de compartir una experiencia personal, sugerir ideas a futuros viajeros y alentar los sueños de todo el que pase por aquí. Ya lo agradeceré cuando me falle la memoria. Sé que es muy presuntuoso decirlo pero... el material ya está preparado, sólo falta un editor.
No es que sea aconsejable visitar Islandia, es necesario; y repetir también.

29 de mayo de 2013

Islandia (XXVIII). Glymur para las fieras

Si viviera en Reykjavík (que viviré) tendría muy claro dónde llevaría mi rebaño de cabras (que tendré) a ramonear...
Glymur es la excursión perfecta desde la capital para echar un día campestre: naturaleza a borbotones, muy poca gente, un camino exigente cada vez más complicado y una cascada de casi 200 metros desmoronándose en un abismo oscuro que no conoce el silencio.
Desde Hvalvatn, un lago con nombre de ballena, en las faldas de Hvalfell, un volcán con nombre de ballena, desciende mansamente el agua del Botnsá hacia Hvalfjörður, un fiordo con nombre de ballena, claro. Hasta que llega un punto en el que la tierra se quiebra y las águilas sienten vértigo. Entonces, estruendo.
No recuerdo si decidimos visitar esta cascada por recomendación de algún islandés, siguiendo los consejos de nuestra guía o por el simple hecho de ver el icono de "cascada" en el mapa (somos muy de "ir a ver qué hay ahí..."), pero fue un acierto. Tan cerca de la capital y tan lejos del mundo, gracias a una carretera que bordea el fiordo y que casi todo el mundo olvida por tomar un túnel que lo atraviesa y te pone de patitas en Reykjavík.
La última cascada que vimos en Islandia es la de mayor caída del país, y también la que más esfuerzo nos costó; caminamos, cruzamos el río sobre un tronco, saltamos entre las piedras y tuvimos que ascender- y descender- una ladera enganchados a una cuerda. Aún quedaban camino y mejores vistas por descubrir cuando decidimos que debíamos volver... ¡iba siendo hora de darse un baño geotermal!

27 de mayo de 2013

Islandia (XXVII). Siempre hay más, y más...

Como si al zambullirte en la playa de toda la vida encontraras un arrecife de coral; o como si metieras la mano en un río de Alaska y la sacaras llena de pepitas de oro; no pasa un rato en Islandia sin que te sorprendas con su geografía temeraria, o te sientas vórtice en una panorámica que gira y gira sin cesar.
A lo mejor por eso un par de trolls se quedaron tiesos frente al mar en Lóndrangar, mirando el histriónico rojo a su alrededor mientras trataban de comprender el extraño mundo de cráteres y rocas que los rodeaban.
O tal vez sea el motivo de que no se oiga ni un mosquito en Grundarfjörður. Todos sus habitantes están en guardia por si se moviera Kirkjufell, un espolón rocoso como una pirámide egipcia; o angustiados, no vaya a ser que las cumbres de Hellgrindur dejen de suministrar agua al torrente de Kirkjufellsá.
Como para perderse Snæfellsness...

24 de mayo de 2013

Islandia (XXVI). Al Snæfells con Julio Verne

"¡Axel, sígueme!"
Nervioso, ansioso, el profesor de Mineralogía Otto Lidenbrock llamaba a su sobrino. Entre las manos tenía un pergamino escrito con caracteres rúnicos en el que el alquimista Arne Saknussemm revelaba cómo llegar al centro de la Tierra desde una de las chimeneas que se abren en el cráter del Snæfells. Los preparativos del viaje comenzaron de inmediato y, tras un tortuoso viaje desde Hamburgo hasta Reykjavík en carruaje, tren y barco, se dirigieron a Stapi, para desde allí ascender- junto a su guía y cazador de eiders, Hans- a la cumbre del Snæfellsjökull, un estratovolcán en el que se desparrama un tremendo glaciar.
Visitar los lugares sobre los que has leído, ficción o no, te permite vivir la experiencia desde una doble perspectiva: como turista cuerdo, en tu rutina de viaje de acá para allá, expandiendo los sentidos- especialmente la vista- en la realidad, y como momento emocional, individual e introspectivo; tú ya has estado allí, desde el asiento del tren o en la cama, pero ahora sientes el aire fresco y tocas la hierba entre las rocas, ves, vives lo que antes sólo, solo, habías imaginado.
Durante la mañana, según recorríamos la península de Snæfellsnes, el cielo se mantuvo encapotado sobre las montañas que caían a plomo en el mar. No paraba de repetirme que en algún momento tendría que librarse de esas nubes para dejarme tener mi pequeña charla interior con Julio Verne... Y así fue, sentados sobre los acantilados negros de Arnarstapi la luz por fin brilló impoluta sobre la cumbre del Snæfells y el glaciar se convirtió en un manto de seda blanca. ¿Acaso no lo merecíamos?
El Snæfellsjökull es una de las principales localizaciones en la saga de Laxdœla, escrita a mediados del siglo XIII; Julio Verne publicó su novela "Viaje al centro de la Tierra" en 1864; cien años después el Premio Nobel islandés Halldór Laxness le daba al volcán un papel destacado en su obra "Bajo el glaciar"; el 28 de Junio de 2001 se declaraba el Parque Nacional Snæfellsjökull (Þjóðgarðurinn Snæfellsjökull, en islandés); el volcán, cuya última erupción se calcula que tuvo lugar hace dieciocho siglos, ocupa un importante lugar en la sensibilidad e identidad de los islandeses, siendo augurio de buena suerte poder verlo los días despejados desde Reykjavík, a unos 120km. Hoy, el glaciar que abre paso al centro del planeta, se derrite.

22 de mayo de 2013

Islandia (XXV). Niño con más de 30 años busca...

Si el recorrido circular que en Islandia hace la carretera nº 1, conocida como ringroad, no llega a 1.400 km, ¿cómo es posible que nosotros hiciéramos 3.300? ¿Acaso el olor de una pastelería no llama a darse un atracón de chocolate? ¿o el de una freiduría un homenaje de croquetas? La ruta de este anillo asfáltico muestra por si sola una isla espectacular, llena de paisajes y lugares increíbles, marcianos a veces, pero los desvíos son tan suculentos como el postre después de una comida. O mejor, golosinas para ir picando entre horas.
Dejábamos atrás las tierras de Norðurland y sus pistas recónditas, perdidas entre horas sin cruzarnos con nadie, y poníamos rumbo a Reykjavík. Pero aún quedaba un gran desvío, uno que nos metería de lleno en Snæfellsnes, una península con significado propio en el costado occidental de la isla.
Sus tierras separan Breiðafjörður de la bahía de Faxaflói, contienen acantilados y pequeños puertos pesqueros, salvajes campos de lava y cráteres propios de una guerra nuclear, pero sobre todo dan pie a un volcán "allí donde la sombra del Scartaris llega a acariciar antes de las calendas de Julio".
Este desvío era necesario, casi indispensable, porque la imaginación no está reñida con la edad, porque no podemos permitirnos olvidar los sueños infantiles y porque, a veces, incluso se nos presenta la oportunidad de vivirlos. Es un secreto a voces pero, una vez puestos en antecedentes, lo dejo para la próxima entrega...