Es, tras el agua, la segunda bebida más popular del mundo. Ha sido consumida durante más de 2.000 años. Está extendida por casi todas las regiones del planeta. Existe, a partir de una sola planta (Camellia sinensis), una enorme variedad de productos derivados. En los últimos tiempos han proliferado comercios y tiendas especializadas. Pero a pesar de todo, poco conocemos del proceso productivo del té más allá de su procedencia oriental. Hagamos un esbozo, el de Sri Lanka:
Procedente de China e India, durante el siglo XIX el té fue progresivamente introducido y cultivado en la antigua Ceilán por los colonizadores británicos. Estos, supieron aprovechar las condiciones climáticas favorables- temperatura, humedad y precipitaciones- que ofrecían las laderas de las tierras altas del centro del país ("hill country"), en nada parecidas al tórrido clima tropical del resto de esta isla del Océano Índico. Actualmente Sri Lanka es el cuarto productor mundial de té- por detrás de China, India y Kenia- y el segundo exportador, sólo superado por el país africano. Para la economía cingalesa supone el 2% de su PIB y más de un millón de puestos de trabajo directos e indirectos, aproximadamente un 5% de su población total.
Hoy en día su cultivo ocupa una superficie de casi 200.000 hectáreas (aproximadamente el 4% del país) repartidas en grandes superficies productivas ("estates", lo que en castellano llamamos fincas o haciendas) próximas a Nuwara Eliya. Es esta una ciudad fundada a mediados del siglo XIX por el explorador Samuel Baker a casi 2.000 metros de altitud, en su día un auténtico bastión de la sociedad colonial inglesa (conocida como "little England") y aún hoy segunda residencia de la clase alta cingalesa, que disfruta de una importante herencia victoriana con la conservación de edificios singulares. Su clima moderado fue determinante para el asentamiento, así como un cierto parecido con las persistentes nubes, nieblas y lluvias de las islas británicas.
Por otra parte, las plantaciones configuran auténticas estructuras territoriales, productivas y sociales, pues en ellas se distribuyen tanto las tierras de cultivo, como las fábricas y los edificios de viviendas para los trabajadores, una fuerza de trabajo básicamente femenina y tamil. Y hacemos hincapié en este último aspecto, absolutamente definitorio de uno de los mayores productores mundiales de té: la población de Sri Lanka se divide de forma heterogénea entre cingaleses (83%, de mayoría budista), árabes (7,7% y principalmente musulmanes) y tamiles (8,9% del total, fundamentalmente hinduistas y étnicamente descendientes de emigrantes de la vecina India y su estado Tamil Nadu, separados de la isla por los poco más de 60 kilómetros del Estrecho de Palk).
El duro trabajo físico de recolectar manualmente las hojas de té y transportarlas en sacos, rechazado socialmente por la mayoría cingalesa del país, está destinado casi íntegramente a las mujeres tamiles, cuya labor en el sector es permitida a partir de los 12 años de edad. A ello hay que añadir unos salarios especialmente bajos, una estructura empresarial basada en rígidas jerarquías que recuerdan al sistema de castas de la India, y condiciones de hacinamiento en las viviendas comunitarias. Inmigración, discriminación, pobreza, injusticia. Todo ello perfectamente integrado en el comercio mundial del té- recordemos, la segunda bebida más consumida del mundo-, en el que se mueven los intereses de grandes multinacionales que a diario acercan a nuestras cafeterías, bares, supermercados y despensas una infusión a la que comúnmente asociamos salud y misticismo.
Texto y fotos compartidos en la Geophotopedia de la Universidad de Sevilla.
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