12 de junio de 2012

Ginebra (II): Palacio de Naciones Unidas, sobre lodos y ciénagas

Es muy fácil y está de moda ser separatista, independentista o nacionalista, buscar puntos de diferenciación (lengua, historia, tradiciones... y una gallina si hace falta) que resulten identitarios, para unir por una causa cuyo objeto último es- casualmente- separar. De otros. Fobias, exclusiones, marginación, desigualdad y desconexiones, demagogia barata al servicio de los sentimientos patrióticos. El nacionalismo no entiende de escalas, pero sí de desunión; donde cree encontrar identidad olvida comunidad, porque por delante de banderas e himnos estás las personas y sus sociedades.
Y por eso surgió la Organización de Naciones Unidas, con sus batacazos- la antigua Yugoslavia hace no tanto, o en estos días Siria- y su empeño constante en un camino recorrido desde hace ya bastante más de medio siglo. Aunque su Consejo de Seguridad sea un muñeco roto en manos de Estados Unidos de América o Rusia, sus principios morales y sus organizaciones derivadas son una guía para la integración y el bien común, para ponernos de acuerdo por la vía del diálogo y auspiciar toda voz que quiera aglutinar, hacer frente con justicia y solidaridad a los problemas globales.
Para ser su secretario general hace falta tener un nombre sacado de algún cuento de la ruta de la seda (Butros Butros-Ghali, Kofi Atta Annan o Ban Ki-moon), así que descarto mi candidatura. Pero he tenido la oportunidad de entrar en el Palacio de las Naciones en Ginebra, la sede permanente de la organización en Europa y su segundo lugar de encuentro más importante después de Nueva York. El complejo consta de dos partes bien diferencias: el Palacio, neoclásico, geométrico, soberbio, casi de imperio legislativo, espacio museístico y donde se encuentra la Sala del Consejo de la Sociedad de Naciones; y los edificios aledaños, más jóvenes, de trabajo y conferencias, funcionales, con oficinas y donde se encuentran la sala principal y la sala de conferencias XX, más conocida por albergar el Consejo de Derechos Humanos (reunido en nuestra visita) y su disparatada cúpula (un saludo a Miquel Barceló).
El el Parque de Ariana, junto a la Avenida de la Paz, frente al Comité Internacional de la Cruz Roja y sobre un pequeño promontorio que, como todo en esta ciudad, no le pierde la vista al Montblanc, se celebran miles de reuniones, asambleas y conferencias al año, entre otros tantos funcionarios, técnicos, expertos y políticos de todas las  regiones habidas y por haber, porque el gen separatista encuentra campos de cultivo donde sólo hay eriales. Se debate hasta la última coma, se negocia y se acuerda, porque eso es la civilización. Alguien tiene siempre que ponerle el cascabel al gato.

2 comentarios:

  1. magnífico texto! Y yo sí que pienso que debieras presentarte a Secretario General, el nombre es lo de menos. Para eso te sirve tener una loca ideando en casa. Ya verás, te lo cambio en un santiamén : As Ari, ahí lo llevas!

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  2. Te imaginas de secretario general? en lugar de hora del té (o lo que hagan) hora de las galletas de chocolate jejejeje a ponerse todo el mundo los morros chocolateados jejeje ^_^ ahora tocan las fotos de islandia, no hagas que te supliquemos por los ojo-de-pez de ballenas y demás animalitos (y que conste que no me refiero a Björk jejeje) Un besooo :-D

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