Ya casi soy uno de ellos.
El pasado sábado un amigo nos invitó a ver un entrenamiento de la
colla Xiquets de Tarragona, en plena semana de actuaciones y exhibiciones; nos enseñó la sede, nos dio nociones de historia y nos explicó algunos entresijos de la vida castellera. Mientras tanto los niños jugaban trepando con una facilidad pasmosa, con las manos agarradas a barras fijas y los pies sobre la pared; parecían ardillas con casco.
Cuando nos íbamos después de pasar una hora viendo un amplio repertorio de castells, nos dijeron que el siguiente era un ensayo muy interesante: una torre de ocho pisos con un tronco de cinco personas. Y nos quedamos, claro.
Mientras formaban la piña inferior alguien me animó a ayudar, a ser uno más. Me colocaron casi en el borde, me enseñaron cómo agarrarme al de delante, nos apretamos y me pasaron por encima, como es lógico. Erguía la cabeza y veía los pisos levantarse con mucha soltura, mientras abajo el calor humano apretaba y todo el mundo callaba escuchando las voces del
cap de colla.
Desde entonces algo de
casteller corre por mis venas. ¡Gracias Vicenç, los Xiquets de Tarragona habéis ganado un seguidor!
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