Los cangrejos aguantan los embates del océano ferozmente, con el descaro y la soberbia de sus pocos gramos aplacando cientos de embestidas sobre su exoesqueleto, anclados por efímeros puntos de apoyo. Son capaces de huir, transportar, desplazarse en pendientes inverosímiles y hacer equilibrismo transitando entre peñascos húmedos que casi los invitan a volar.
Por si fuera poco, bajo agua, una ola detrás de otra, aguantan impasibles más que muchos humanos. La adaptación, cuestión de evolución.
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