Me imagino a la ahora Princesa Beatriz de los Países Bajos, antes Reina, contando semanas sobre el calendario de 1966-67 con su consorte Nicolás de Amsberg, planificando el nacimiento de su primogénito a finales de Abril. Esto es, poniéndole fecha a un polvo de sangre azul... y no me gusta.
Beatriz heredó el reinado de Juliana, su madre, el 30 de Abril de 1980, fecha de cumpleaños de ésta y en la que se celebra el Día de la Reina (Koninginnedag) desde 1948, cuando Juliana accedió al chollo, perdón, al trono. Desde entonces y hasta este 2013, año en que ha abdicado Beatriz en favor de su hijo Guillermo Alejandro, la fiesta nacional neerlandesa no ha cambiado de fecha.
Y no lo hará mucho. A Beatriz y Nicolás el tiro les salió al larguero, pero hay que reconocer que hilaron fino para ser cosas de hace casi medio siglo; su primer hijo nació el 27 de Abril, fecha que será a partir de ahora la utilizada para el despiporre nacional, el Día del Rey. No hay calle en esta celebración que no esté regada de cerveza, ni fachada sin engalanar con banderas nacionales, ni persona sin prenda naranja (color de la Casa de Orange-Nassau). Oranjegekte lo llaman: locura naranja.
Amsterdam se convierte en un polvorín de fiestas en calles y plazas, música a todo trapo saliendo de bares, barras improvisadas, ventanas y cualquier rincón, sillas y sofás en la calle incluídos. Dicen que medio millón de personas arriban a la capital para este día, pero lo que más llama la atención es ver los canales de la ciudad atestados de barcas perfectamente preparadas para la ocasión, saturadas de gente con ganas de fiesta; mientras tanto desde las barandillas se asoman miles de curiosos, entre atónitos y envidiosos. Son habituales los embotellamientos al pasar por debajo de los puentes, pero con la alegría del alcohol y la música los malos humos se diluyen... la misma regla de tres para que la porquería quede libremente esparcida por agua y suelo. No hay leyes este día, pero tampoco conflictos; es un desorden ordenado: correcto, educado, civilizado, muy de Europa Occidental.
No llegará el día en que comprenda esta ansiedad por las banderas, la devoción por los himnos, ni la embriaguez de nacionalismo, nunca mejor dicho. Igual que tampoco llegará el día en que entienda cómo en el siglo XXI hay sociedades desarrolladas que prefieren una monarquía hereditaria, clasista y privilegiada a una república con Jefe de Estado electo democráticamente.
Al menos ellos no tienen que soportar la penosa imagen que arrastra nuestra familia real.
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