Primero fue la España del ladrillo, después la de los grandes eventos y los edificios singulares, pletóricos como estábamos en nuestra burbuja de fantasía. Todavía hoy hay quien vende humo con Olimpiadas y grandes centros para ludópatas, mafiosos y amigos del estraperlo, siempre con la cantinela del empleo sonando de fondo. Y quien se lo cree, claro.
Zaragoza tuvo en 2008 su propio orgasmo, la Exposición Internacional enfocada al "agua y desarrollo sostenible". Se especuló (obvio, es España) y se construyó sobre un meandro inundable del río Ebro, ocupado hasta entonces por huertas que abastecían a mercados locales y generaban trabajo, productividad y riqueza por y para el territorio. Hoy es un solar acribillado por edificios vacíos en proceso de ruina, incluyendo el más simbólico de la Exposición- la Torre del Agua y sus 76 metros de altura-, y un telecabina que sólo el cierzo mueve. Su más destacada utilidad es ser lugar de paseo para la tercera edad, familias con carritos de bebé, perros y niños en bicicleta; salta a la vista que son resultados difícilmente alcanzables sin una inversión multimillonaria y la destrucción de un paisaje fluvial, ¿verdad?
La década que creíamos de prosperidad no fue más que un expolio cuyas consecuencias pagaremos por mucho tiempo, y ahora empezamos a darnos cuenta de cuan grande ha sido. Ésta, y no otras pajas mentales, es la verdadera "marca España".
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