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23 de marzo de 2013

El Macizo de Anaga, al lado de todo lo demás

Lo convencional habría sido ir directamente del aeropuerto al hotel, esperar a que saliera algo el sol y no parar de estirar las piernas en la hamaca durante el resto del viaje... con alguna excursión para desentumecer el cuerpo.
Lo nuestro es recoger el coche de alquiler para perdernos, y la primera tarde lo hicimos por el Macizo de Anaga, el sector nororiental de la isla de Tenerife. Se trata de una formación montañosa de origen volcánico tan antigua que los procesos erosivos han eliminado las formas originales del relieve, generando otras derivadas tan llamativas como los diques basálticos y fonolíticos- bloques a modo de torreones debido a la erosión diferencial- o los barrancos, profundos y verticales, factor decisivo para su difícil accesibilidad, el escaso poblamiento y la casi inexistente presencia de turismo.
Tampoco quisimos perder la oportunidad de tener nuestro primer contacto con la laurisilva, bosque nuboso tropical que ocupaba la cuenca mediterránea antes de las glaciaciones cuaternarias y que hoy sólo se encuentra en la región- natural, geológica y climatológica- macaronésica (del griego, "islas alegres o afortunadas") y unos pocos enclaves más del planeta.
La altitud del Monte de las Mercedes y el paso de los vientos Alisios nos permiten sumergirnos en él y buscar otra forma de concebir la luz, disfrutar de un mar de nubes que constantemente derrama humedad y del verdor efervescente de la vida creciendo por todas partes. Esas circunstancias- vientos dominantes y orografía- son las que determinan las diferencias en horas de sol, días de lluvia y, en último término, factura turística entre las vertientes Norte y Sur de las Islas Canarias... por si alguien se preguntaba por qué la gente se broncea más en Las Américas que en Puerto de la Cruz.
Fue sólo el inicio, seguido de unas deliciosas papas arrugás con mojo picón; pero ya pudimos comprobar que el menú nos iba a sorprender. Afortunados nosotros.