Yo los escuché, lo juro. Serían susurros.
Habíamos elegido-
mea culpa- la más demente de las posibilidades para llegar a su morada: en lugar de desviarnos unos kilómetros y continuar nuestra ruta por una carretera convencional (al rudo estilo islandés), cruzamos las entrañas del Parque Nacional Jökulsárgljúfur a través de un irregular camino que apenas dejaba opciones a un cruce de vehículos en algunos apartaderos. Sin rastro de vida humana- ni animal-, durante una hora sólo nos acompañaron pequeños ventisqueros de nieve, suaves colinas bañadas por una vegetación tan áspera como cruel el clima, y la sensación de que el mínimo error- o nevada- podría bloquearnos en medio de la nada; absoluta nada.
Por fin, al parar el motor, bajar del coche y poner pie en nuestro siguiente destino, la sensación fue de alivio... y frío. La sangre recorría a borbotones mis venas y el contraste con el gélido y húmedo exterior fue chocante.
Estábamos en Ásbyrgi- recomendación que traíamos desde
Berunes-, un cañón de 3,5km de longitud y uno de ancho cubierto por fresnos, abedules y sauces, con acantilados de cien metros de altitud y silueta como la herradura de un caballo. De repente te encuentras rodeado de verdor y frondosidad, en un paraje único y sorprendente, con formas caprichosas de las que no pueden escapar tus ojos. En medio de este paisaje alucinógeno aparece Eyjan, "la isla", una formación rocosa por la que puedes caminar y casi sobrevolar este mágico entorno.
Según la leyenda, Sleipnir, el caballo gris de ocho patas de Odín, el dios nórdico, plantó aquí una de sus pezuñas. Me lo creo. Y también que hubiese elfos escondiéndose a nuestro paso, cuchicheando entre los árboles y tras las rocas. Los escuché, lo juro.
Después de un día muy intenso por fin parecía que el cielo dejaría de lanzarnos improperios; ahora tendríamos que aprender a lidiar con los vientos costeros de Norðurland, capaces de domesticar charranes árticos. Recorrer fiordos y acantilados litorales, definitivamente, te enseña a convivir con ellos en lugares donde la existencia es durísima. Granjas salpicando la costa, muchas de ellas abandonadas, son la prueba.
Fantastico reportaje del lugar,unas fotos geniales.que envidia (sana).
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias Jose Mª.
EliminarIslandia se fotografía sola; si tienes la oportunidad no dejes de ir.
Un saludo