El suelo que pisamos en plena juventud, efervescente y febril, como asistir al comienzo de todo en una tarde, de una pasada que ojalá hubiese durado semanas. O un verano, con su invierno.
Fumarolas, solfataras y pozas de barro hirviendo en el inhóspito territorio de Námafjall. La planta geotérmica de Kröflustöð, visitable, en un entorno endiablado. Campos donde se superponen las coladas de lava. Colinas de riolita. Grjótagjá, una cueva con aguas termales en el interior de una quebrada digna del fin de los días, repleta de cavernas con avisos por riesgo de desmoronamiento. El lago Mývatn, de las "moscas enanas", con sus islas de lava y su postal de cuento élfico. Hverfjall, un cráter de 450 metros de altura y un kilómetro de diámetro, todo escoria volcánica y cenizas. Los "castillos negros" de Dimmuborgir sobre una depresión de veinte metros de profundidad, curiosos edificios de lava con formas zoomórficas y antropomórficas. Las aguas turquesa del cráter Víti, el "infierno", el corazón de este museo telúrico superlativo.
Aquí, bajo tus pies, mientras te sudan las uñas, pulula la dorsal que divide las placas tectónicas americana y euroasiática- la misma que desgarra salvajemente la falla del Parque Nacional de Þingvellir, junto al Alþingi-, dejando tras de sí cráteres de fisura y conos explosivos a lo largo de noventa kilómetros. Fenómenos naturales radicales sin tregua, la batalla constante a la estabilidad en la que creemos vivir, alimento más que suficiente para sufrir alucinaciones geológicas de por vida; cuando te revuelves estás sorprendido de nuevo, Islandia en estado puro.
Estupendas fotos! Este verano volveré por allí...¡que ganas tengo! Un abrazo
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarOjalá cada poco pudiera ir a Islandia. Como geógrafo, aficionado a la fotografía y aventurero en sueños infatiles, me enamoró desde el aterrizaje. Creo que se nota: 20 entradas y aún faltan algunos días de viaje... pero no me canso.
Afortunado tú, disfrútalo.
Un saludo.