Un mes después sigo sin explicarme cómo ha podido ocurrir. Se me hace difícil creer que he pasado prácticamente nueve meses sin tocar la bicicleta, viéndola coger polvo y apenas prestarle atención, con un sentimiento de morriña que tapaba con una venda en forma de zapatillas para correr. Y eso por no hablar de los casi dos años sin encontrarle la motivación. Tras las llamas y la destrucción del mundo, éste vuelve a su origen, conflagración mediante; la historia se repite.
El viento en la cara y su bufido en las orejas, la suave sensación de deslizar las ruedas por el asfalto, ágiles o tozudas pedaladas una detrás de otra, arriba y abajo, llanos, lomas, montañas, bosques, ríos, prados, campos de labranza. Una salida en bici es una clase doméstica de realidad, de Geografía, un batiburrillo de paisajes que se mezclan entre las retinas y la memoria. Y un enorme ejercicio de constancia y resistencia si te lo propones.
Parece que la chispa se ha encendido de nuevo en Tarragona, donde las carreteras tranquilas y agradables suman muchos kilómetros. Tenía ganas, las había acumulado entre tanta milla recorrida a zancadas. El ciclismo requiere de más tiempo que la carrera a pie, es cierto, pero disfruto como un cochino entre bellotas de cada uno de esos segundos. Los viñedos y pinos de mi nueva tierra adoptiva ya me saludan al pasar, y me ofrecen nuevos horizontes.
¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sin montar en bicicleta? El eterno retorno, dicen.
Me gusta :-) quiero decir, que me alegro que puedas volver a usar la bici disfrutándola al máximo!
ResponderEliminar