Pasaron los años y entre sus peñas graníticas y los nidos de las cigüeñas blancas nada pasó a los ojos de una España que siempre mira a los mismos lugares. Hasta que en 1976 Wolf Vostell- un artista alemán de esos con imaginación desbocada- llegó y plantó su museo en un arrumbado lavadero de lanas del siglo XVIII. Entonces sí, entonces los sabios señores de la política pusieron el lugar en el mapa. Porque aunque el lugar está a menos de quince kilómetros de Cáceres, seguramente muchos de ellos ni sepan dónde se encuentra esta capital, o la provincia entera. Desde ese momento este paisaje de granito redondeado por la erosión, estos campos de antigua presencia humana, este hábitat de aves migratorias, empezaron a interesar por el eco mediático de la creatividad, y el lugar fue declarado Monumento Natural. No hay nada como un alemán diciéndote qué tienes en tu país, ¿verdad?
Con la llegada del Otoño y las lluvias el lugar se viste de verde y el olor a tierra húmeda envuelve el ambiente. Las cigüeñas, desde sus nidos, son las señoras del lugar y dueñas del silencio, solo roto por el crotoreo de sus picos, algo así como el choque rápido, constante y rítmico de dos trozos de madera durante unos segundos; una ametralladora en la distancia.
Muy interesante, me ha gustado.
ResponderEliminarOs dejo un tema muy de actualidad, Cataluña, por si os apetece comentarlo:
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