Estamos en nuestra salsa cuando hasta las lagartijas se caen de espaldas: carreteras tranquilas que se asoman a un despeñadero en cada curva.
La Punta de Teno es el vértice noroccidental de Tenerife, lo que queda de uno de los tres volcanes que hace siete millones de años hicieron un primer boceto de la isla (junto con Anaga y Adeje; más tarde se levantó entre ellos el Teide). El resultado tras milenios de actividad volcánica y erosiva es un relieve vertical, intrincado, vertiginoso, por donde se retuercen hasta las cabras.
Cruzar el Macizo de Teno desde el Valle de El Palmar hasta el Barranco de Masca no es cosa fácil. Las curvas enlazadas y la pronunciada pendiente dejan afónico a cualquier motor en su escalada, echando pestes a embrague quemado.
Tras el laberinto de laderas y vertientes, por fin la ruta se asoma al Acantilado de los Gigantes, un muro basáltico de dimensiones ciclópeas que absorbe toda la panorámica. No hace falta decir que sus vistas se las ha apropiado, en nombre del turismo, nuestro encantador y delicado urbanismo. El ladrillo, siempre tan comedido. ¡Bravo!
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