27 de septiembre de 2013

El viejo, el banco y Hemingway

Se acercó tanto que casi sentía su aliento. El viejo tenía la piel clara como un fogonazo, arrugada y cubierta de pecas. Sus ojos, escondidos tras unas gafas con cristales cruelmente gruesos, transmitían una mirada intensa y viva, aunque cargaban con la melancolía del tiempo que ya no volverá.

-Buenas tardes, joven -dijo.

-Buenas tardes, señor.

-¿Le molesta si le pregunto qué está leyendo?

-No, claro que no. "Por quién doblan las campanas", de Hemingway.

-¡Oh! ¡Oh! Que alegría me das -exclamó, y mientras lo decía parecía extasiado-. ¡Hemingway!

-Me alegra que sea una buen noticia para usted -contestó el otro desde el banco, aún con el libro abierto entre las manos.

-¡Hemingway! -casi suspiró-. ¡Qué hombre más... intenso! ¿Te gustan sus libros?

-Sí, me gustan sus personajes, y sus historias, aunque odio la tauromaquia y la guerra.

-Bueno, bueno -dijo el viejo tratando de quitarle peso al asunto-, ¿has leído "El viejo y el mar"?

-Sí, me gustó mucho, sobre todo la voluntad inagotable del pescador.

-"Por quién doblan las campanas", Hemingway. ¡Oh! La República, la Guerra Civil, qué escritor, qué vida. Sabes... -hizo una pausa para quitarse, limpiar y ponerse de nuevo las gafas-, yo leía mucho, muchísimo, pasaba horas leyendo, novelas sobre todo. Te gustan las novelas, ¿verdad?

-No es mi género favorito -contestó el otro-. Me gusta mucho leer literatura de viajes y relatos de antiguas expediciones, además de cualquier cosa que caiga en mis manos sobre medio ambiente y geografía. Pero de vez en cuando elijo una novela.

-¡Oh! -exclamó una vez más-. Maravilloso, qué lecturas tan entretenidas y cautivadoras. Me gusta la geografía, aprender de cada lugar, conocer cómo y dónde vive la gente, saber qué cultivan y por qué. Eso es viajar desde el sillón de casa -y parecía que las palabras le salían a borbotones, que rejuvenecía-.

-Sí... -apenas pudo decir el otro mientras su afirmación se perdía bajo la sombra de los árboles.

-Yo leía mucho, mucho. Mi biblioteca es enorme, y he leído de todo. Pasaba las horas con novelas, ensayos, libros de filosofía, poesía, cuentos, no paraba de leer. Pero los ojos se cansaron, ¿sabes? He perdido mucha vista, apenas puedo leer con una lupa y mucha luz directa sobre las hojas. Mis hijos no quieren que lea para que no me quede ciego, casi no me dejan, y hay veces que no puedo aguantarlo y leo a escondidas -los ojos empezaron a brillarle, vidriosos, enrojeciéndose por instantes-. No poder leer me está consumiendo más rápido que cualquier enfermedad. Con los libros siento como si mi cuerpo recuperase energías.

-Vaya...

-¿Podrías hacer una cosa por mí y te dejo seguir leyendo sin molestarte más? -preguntó el viejo, aún emocionado.

-Claro que sí, dígame. Y no se preocupe, usted no molesta.

-¿Podrías leerme un párrafo, o dos, mejor dos, por favor, de tu libro? Da igual, lo que tengas delante, lo último que hayas leído. Quiero sentir de nuevo la fuerza de Hemingway aquí dentro- dijo mientras se llevaba la mano al pecho.

-Por supuesto, será un placer.

-Sabes, me gusta que la gente lea, pero me gusta más verlos leer, en cualquier lugar. Siento que están disfrutando.

Entonces el viejo calló y el otro comenzó a leer..

*Un post diferente para celebrar la entrada número 200 del blog. La fotografía puede haber sido tomada en cualquier lugar donde viva un loco soñador...

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