Pesqueros, de mercancías, deportivos, para pasajeros...
No todos son como el de Rotterdam ni tienen el ambiente romántico de las redes, las gaviotas y las pequeñas embarcaciones pintadas de blanco y azul (o verde, o rojo) junto a la lonja. La tripulación puede ser filipina, un viejo con bigote canoso desembarcando pescado o una familia con muchos ceros en el banco, pero un puerto siempre será un lugar con personalidad propia.
En Tarragona los barrios próximos al puerto crecieron al margen del resto de la población bajo la reivindicación de viviendas dignas y abrigo para las barcas, aislados hasta que la ciudad, arriba, dejó atrás sus murallas. El Serrallo es hoy nexo de unión entre la vida urbana y la marítima, la fachada que ven los pescadores y los restaurantes de pescado para los visitantes, el perfil urbano de uno de los mayores puertos comerciales de España, potente en el tráfico de graneles, petróleo, cereales y carbón, con la industria petroquímica al alcance de la mano. Un entorno de agua domesticada entre diques y muelles sobre dos mil años de historia marinera.
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