Posiblemente el Stari Most sea uno de los lugares donde mejor se puedan simbolizar un par de cosas:
Uno. La decadente historia europea reciente, con el absoluto fracaso de la Unión Europea para evitar el drama de la guerra, del que nos creíamos ajenos en los noventa. Y en ello continuamos. Europa aspiraba a una moneda única y a la libre circulación de personas para abastecer sus mercados de trabajo; y lo ha conseguido, pero por el camino se ha dejado los ideales de democracia, cultura y tolerancia que arrastraba desde hace dos mil años.
Dos. La intransigencia y absoluta necedad de los orgullos patrios, los nacionalismos y el fervor religioso.
Si tienen la oportunidad paseen por Mostar, bajen la vista al río Neretva, crucen el emblemático puente viejo (Stari Most, en su día volado en mil pedazos y ahora reconstruído), caminen por las calles empedradas de su Stari Grad (ciudad vieja), contemplen sus mezquitas e iglesias ortodoxas... y asómbrense con la estupidez del ser humano.
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