A veces juego a imaginarme una línea de costa virgen.
Me sucede en el balcón del Mediterráneo, desde donde se ve con claridad cómo hemos confinado las playas entre infraestructuras y desdibujado el litoral y sus formas entre puertos, edificaciones y diques.
El resultado es el progreso económico de la sociedad; su precio, el deterioro ambiental y paisajístico. No hay marcha atrás; necesitamos comer, movernos y transportar mercancías. La cuestión es si queremos hacerlo bien o no. Ahí están para hablarnos la sobreexplotación pesquera, los vertidos, las artes de pesca sin escrúpulos, la alteración de las dinámicas litoral y fluvial, la desecación de humedales, la urbanización incontrolada, la proliferación de infraestructuras...
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