Disfruto prestando atención cuando supuestamente no hay nada que ver: industrias, huertos, urbanizaciones, parques logísticos, cortafuegos, secanos, ganado pastando; transiciones o cambios bruscos de paisaje crean mundos conectados o colonias independientes.
Cuando salimos de nuestro ecosistema asfaltado lo más sencillo es sentirse relajado con la armonía de un paisaje de montaña, tan primigenio, verde y agreste que cualquier agresión chirría como un perro al que le pisan el rabo; pero no sucede lo mismo cuando el paisaje que contemplamos es llano en su mayoría, ahí el gusto y la ética admiten más concesiones.
Nuestra primera visita a Vic nos permitió ver y conocer, gracias al típico y escueto plano turístico, los lugares indispensables de la ciudad. Ahora, como llamados por el intenso olor a estiércol que el viento mueve desde los campos que la rodean y alimentan de embutidos, pudimos ver más- siempre hay mucho más- y saludar a los Pirineos.
Encaramados a una pequeña atalaya testigo del relieve original, hemos podido ampliar el campo de visión y ver otra realidad, un modelo importado de alto consumo de suelo y recursos: proliferación de inclasificables hongos unifamiliares exentos de todo, polígonos empresariales y comerciales, infraestructuras y espacios de ocio promovidos por la riqueza que han generado una geografía favorable y su estratégico aprovechamiento; un paisaje cultural agrario en regresión, con fecha de caducidad. Como es llano y no hay especies en peligro no importa, aunque sea morder la mano que te da de comer.
Tremenda descripción. Yo diría que la has clavado.
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