Pasaia- Pasajes- no es lugar convencional.
Está formado por cuatro barrios y cada uno se sitúa, como puntos cardinales, en torno a la ría que forma el bocado que le da el mar al río Oiartzun en su tramo final.
Pasai Antxo, Pasai San Pedro, Pasai Trintxerpe y Pasai Donibane son mundos diferentes en su vocación urbana y arquitectónica; unos tienen la perfecta apariencia grisácea de continuidad en infraestructuras, industrias y viviendas de las grandes aglomeraciones- San Sebastián es el vecino-, y otros son pequeños pueblos- casi aislados, desgajados- de arquitectura popular y marinera, sólo comunicados por barca y con la soledad de sus frías calles empedradas.
Estamos ante un Puerto de Interés General del Estado y en apenas diez minutos a pie nos encontramos frente al indomable Cantábrico, por caminos poco accesibles que nos trasmiten serenidad y ganas de volar, porque viento no falta entre las puntas de Arando Handia y Arando Txikia.
La abrupta bocana de entrada a Pasajes, entre los montes Ulia y Jaizkíbel, abre paso a la chatarra y es la puerta de salida del trabajo siderúrgico guipuzcoano, en uno de esos lugares enjaulados y poblados por totémicas grúas que con sus poleas y rechinar dan vida a montañas de granel y de contenedores multicolores. Alrededor, el mundo variopinto sigue estornudando la realidad: el Cristo imberbe de Lezo, las reivindicaciones nacionalistas más intolerantes, la negativa al trazado ferroviario de alta velocidad- eso es personalidad territorial- y la elegancia sin parangón del que vive al otro lado, próxima y última parada de esta escapada.
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