Cuentan en Vík í Mýrdal que mientras dos trolls intentaban arrastrar un barco hacia la costa, el sol despuntó en el horizonte y los convirtió en agujas de piedra; bloques de basalto erguidos que salen del agua como colmillos hambrientos para resistir los embates del mar. Voy más allá, y si hubiésemos visto Reynisdrangar en un día frío y brumoso, diría que en ese perfil fantasmagórico se esconden los mismísimos trolls, al acecho de marineros desorientados.
Pero no termina aquí el halo de fantasía de este rincón. Dyrhólaey lleva el hechizo de la música en su nombre, como si una melodía del Tirol hubiese llegado a esta terra incognita el día que al primer descerebrado se le ocurrió explorar sus ignotos paisajes. Un pequeño promontorio de origen volcánico- claro- soportado por un arco de lava, tal vez abierto por el puñetazo iracundo de una de aquellas bestias.
"Más, más, más", que dice mi sobrino. Sus playas negras son el resultado de la minúscula descomposición y acumulación de los innumerables sucesos volcánicos que esta isla ha padecido: del propio relieve, de las rocas, los piroclastos, los campos de lava. No es arena y tampoco son pequeñas piedras, no se pega a la piel pero se mete por cualquier parte, cruje bajo tus pies pero no parece poder desmenuzarse más. Una agradable e inmensa tumbona natural calentada por el sol sobre la que descansar, relajarse, comer y divertirse sin inhibiciones.
Pero los verdes campos y laderas que rodean este paraje incólume no están a salvo, no son un idilio romántico con sus habitantes, que viven con el volcán Katla a sus espaldas, cubierto por el tremendo casquete del glaciar Mýrdalsjökull para pasar desapercibido (casi 600 km² de hielo y nieve). Desde 1918 no ha rugido y la experiencia le dice a los islandeses que un siglo es mucho tiempo, que deben estar alerta. Por eso entrenan la huida a la iglesia de Vík, el único lugar que creen podría quedar a salvo en caso de erupción y su consecuente avenida-colada acarreando lava, hielo, agua, rocas, trolls, elfos y a saber qué más-, porque cuando la Naturaleza habla al hombre se le olvidan las leyendas. O no, ¿acaso no genera otras nuevas?
Agradecimiento especial para la autora de la secuencia "Demente cazando trolls", siempre paciente, observadora y con ganas de pasarlo bien en cualquier momento y lugar.
Magnífico relato. Haces que mis ganas de pasear por tan misteriosos paisajes se precipite a velocidad g.
ResponderEliminarEnvidia sana me dais!!
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