Pintaba crudo desde abajo, junto a un mar remolón y con algo de sol restregándonos la cara. El cielo se cubría de nubes ágiles, veloces y coloreadas de todos los grises posibles; escalaban laderas y cubrían cerros.
En sus entrañas escondían lo que no pudimos ver, lo que nos tapó su niebla espectral, un paisaje que quedaba envuelto en la humedad y el viento, un mundo ingrávido que no pertenece a nada ni nadie, ajeno a este tiempo y habitado por la paciencia misma.
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