Nunca llueve a gusto de todos, pero es necesario. El agua es un tesoro que desde nuestras comodidades no solemos apreciar; tan fácil es acceder a ella que sólo necesitamos un leve giro de muñeca para abrir el grifo. No soporto su desperdicio: el agua corriendo sin nada que lavar o vaso que llenar, con un recorrido tan corto como un pestañeo, a veces a una presión tan descuidada y elevada que parece forzar los límites del desagüe.
Aquí hacía falta que el otoño viniese mojado porque ya empezaban a sonar alarmas de sequía, el único momento de nuestra existencia en el que empezamos a racionalizar el agua. Si su precio incluyese el coste real de captación, transporte, saneamiento, trastorno ecológico y suministro, seguramente nos lo pensaríamos mejor antes de dejarla correr, regar a pleno sol o multiplicar campos de golf. Bienvenida sea la lluvia; el campo, las cabras, los gusanos, los pantanos, todos lo agradeceremos en los futuros meses.
Ahora retumban las inundaciones, igual que los incendios hace tan solo unos días (¿por qué hay tanto suelo urbanizado en zonas tan propensas al fuego?). Tal vez no estaría de más plantearnos qué hacemos mal. Los ríos no se inventan nuevos trazados ni cruzan desorientados pueblos y carreteras, sólo ocupan "su" espacio, el cauce en una rambla o las llanuras de inundación en las zonas bajas. Existen sucesos meteorológicos extraordinarios, cierto, pero el error es nuestro por no respetar el código de convivencia con la naturaleza: construir en las márgenes fluviales, ocupar cauces secos, olvidarnos de las tareas de limpieza de ríos y arroyos, impermeabilizar suelos asfaltándolo todo, deforestar el monte o menospreciar las laderas escarpadas.
Nuestro clima mediterráneo y el abrupto relieve de buena parte de las zonas más expuestas a las lluvias torrenciales nos invitan a ser precavidos, pero nuestro patrón de comportamiento es siempre el mismo: menospreciar, alterar y luego lamentar. No aprendemos.
"El anciano turcomano ha visto pozos secos, de modo que sabe lo que es la desesperación, y ha visto pozos llenos de agua, de modo que sabe lo que es la alegría. Sabe que el sol da la vida, pero sabe también que el sol trae la muerte, cosa de la que no es consciente ningún europeo. Sabe lo que es la sed y lo que es la saciedad." El Imperio, Ryszard Kapuściński.
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