Gestionar y manejar ecosistemas in situ es una tarea harto complicada. El conocimiento humano aún está desentrañando las sinergias del medio natural y los seres vivos, y por si fuera poco necesita controlar su evolución en ambientes que torpedea constantemente con alteraciones antrópicas y en un escenario climático de cambios imprevisibles y desconocidos. Resumiendo, se parece más a plantar un huerto y que crezcan tomates en el Everest que a freír un huevo.
La Albufera de Valencia, espacio protegido desde 1986, es un área donde históricamente las relaciones entre el hombre y la naturaleza han sido complejas. Aquí perviven actividades tradicionales de caza, pesca y, sobre todo, agricultura, que han sido las que han proporcionado el sustento y fijado a la población en la zona. Una economía fuertemente apoyada en el cultivo del arroz que a la vez ha sido causa de adaptación y cambios en el paisaje.
Al importante valor ambiental de uno de los humedales más destacados de España hay que añadir la presencia de una gran aglomeración urbana, el desarrollo de sus infraestructuras, usos intensivos industriales y el contexto de relaciones con su entorno, especialmente por el explosivo crecimiento y la explotación del turismo y el ocio en el litoral mediterráneo.
Pero además de lo que es obvio, con la naturaleza siempre nos llevamos sorpresas. Durante nuestra visita a La Albufera nos quedamos atónitos viendo cómo miles- y miles- de lisas (Mugilidae) se agolpaban hasta el hacinamiento en las acequias de El Palmar- al sureste del lago- buscando oxígeno, peleando por él y huyendo de aguas negras; extrapolado a los humanos sería un drama personal, una tragedia colectiva, una catástrofe. Al parecer, la restricción europea a quemar la paja del arroz provoca que en su pudrición se desprenda metano, lo que irremediablemente conlleva la pérdida del oxígeno que contiene el agua. ¿Cómo controlarlo? ¿Cómo poner límites a la actividad humana? ¿Hasta dónde aguanta el medio natural? ¿Normativa de qué tipo y a qué escala? Sería más sencillo conseguir los tomates del Himalaya, eso seguro.
Básicamente lo mismo que pasa aquí en Florida con los Everglades o un poco más abajo, en Cuba, con la Ciénaga de Zapata. El hombre y los ecosistemas frágiles, elegir entre el dinero o vivir más sanamente y sin contaminar. La historia de nunca acabar! Saludos desde el Sunshine State!
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