Si viviera en Reykjavík (que viviré) tendría muy claro dónde llevaría mi rebaño de cabras (que tendré) a ramonear...
Glymur es la excursión perfecta desde la capital para echar un día campestre: naturaleza a borbotones, muy poca gente, un camino exigente cada vez más complicado y una cascada de casi 200 metros desmoronándose en un abismo oscuro que no conoce el silencio.
Desde Hvalvatn, un lago con nombre de ballena, en las faldas de Hvalfell, un volcán con nombre de ballena, desciende mansamente el agua del Botnsá hacia Hvalfjörður, un fiordo con nombre de ballena, claro. Hasta que llega un punto en el que la tierra se quiebra y las águilas sienten vértigo. Entonces, estruendo.
No recuerdo si decidimos visitar esta cascada por recomendación de algún islandés, siguiendo los consejos de nuestra guía o por el simple hecho de ver el icono de "cascada" en el mapa (somos muy de "ir a ver qué hay ahí..."), pero fue un acierto. Tan cerca de la capital y tan lejos del mundo, gracias a una carretera que bordea el fiordo y que casi todo el mundo olvida por tomar un túnel que lo atraviesa y te pone de patitas en Reykjavík.
La última
cascada que vimos en Islandia es la de mayor caída del país, y también la que más esfuerzo nos costó; caminamos, cruzamos el río sobre un tronco, saltamos entre las piedras y tuvimos que ascender- y descender- una ladera enganchados a una cuerda. Aún quedaban camino y mejores vistas por descubrir cuando decidimos que debíamos volver... ¡iba siendo hora de darse un baño geotermal!
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