Situada en el centro de Sri Lanka y ventilada por el aire fresco de las montañas, esta ciudad sagrada de nombre anglófono fue el último reducto y capital de la cultura cingalesa después de una historia plagada de guerras e invasiones.
Primero fueron las interminables pugnas con los tamiles. Después el progresivo repliegue hacia el interior durante los intentos colonialistas de portugueses y holandeses, cuyas flotas llegaban a las costas cingalesas deseosas de nuevos territorios y materias primas. Finalmente fue el poderoso Imperio Británico quien la hizo suya a principios del siglo XIX. Y no la soltó hasta 1948.
En el imaginario de los habitantes de la isla, Kandy es un bastión de independencia y el corazón del budismo; prueba de ello son el Palacio Real y el Templo del Diente de Buda, lugar de culto de un canino viajero procedente de la India, con 2.500 años de historia y escala en Anuradhapura. Las verdes montañas cubiertas de bosque que rodean la ciudad y el lago, los edificios victorianos y la incesante vida que recorre calles y mercados, son todo lo que uno necesita cuando escapa de la sofocante humedad de las tierras bajas.
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