25 de mayo de 2012

Ginebra (I), a ras

Las oportunidades hay que aprovecharlas antes de que vuelen, lanzar la zarpa para cazarlas como un oso en un río salmonero. Eso sentí cuando surgió la ocasión de ir a Ginebra para una visita de un día y medio que incluía la entrada a la sede de Naciones Unidas y el CERN, más conocido como acelerador de partículas. ¿Qué probabilidades existen de que un dulce así vuelva a posarse delante?
Suiza es centro de decisión, reunión, conferencia, comité y sede internacional, todo teñido de imparcialidad, y esta ciudad no va a ser menos- la Convención de Ginebra, por decir algo-. La idiosincrasia de este pequeño país montañoso ha llevado a sus ciudadanos a gozar de los más altos estándares de calidad de vida y ser la envidia de muchos. Ellos mismos han construido sus valores y se han hecho indispensables para la globalización: por ser refugio del capital y centro de proyección para todo tipo de organismos de decisión e imagen internacional. Y lo han hecho sin despegar la vista de sus ombligos ni cambiar de estilo.
Ya de pequeño había estado allí, pero lo único que recordaba era una lago y un chorro de agua inmenso. En realidad la ciudad no ofrece mucho más para el turista, si es que nos parecen poco sus vistas al macizo del Mont Blanc o las riberas del Ródano y el lago Lemán, en las que todas las fachadas están meticulosamente alineadas y cuidadas con esmero. Por lo demás, mejor tomarla como visita de paso y paseo, salvo que se tengan asuntos internacionales que resolver.
Porque en Ginebra, cantón de la francófona Romandía, podemos darnos un garbeo entre el Palacio de las Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización Mundial del Movimiento Scout o el mayor centro de investigación nuclear del planeta. ¿Quién da más por un lago con una fuente delirante?

17 de mayo de 2012

Tarragona: desayuno, comida, merienda y cena

Hay tontos para todos los gustos. Hace unos meses escuché a un niño de papá pavonearse ante un par de amiguitas de su analfabetismo profundo. Se creía catedrático en las artes de la seducción intelectual y citó para la posteridad- de la estupidez- que "Barcelona es una de las pocas ciudades del mundo donde el sol no se pone por el mar". ¡Asombroso! Por no descalificarlo ante su atónito auditorio, simplemente corrió una inyección de ira geográfica por mis venas.
Como hay cosas demasiado complejas para algunos, mejor que él crea que es fruto de la casualidad. O una especie de determinismo, ya puestos. Poco más al Sur nos ha recibido Tarragona, antigua ciudad romana, en la búsqueda de una vida menos ruidosa y ocupada que la barcelonesa.
Esperemos disfrutarla por mucho tiempo, aunque sólo podamos ver desde su fachada marítima cómo el sol se levanta cada mañana. Si al menos viviésemos en Reykjavik...

11 de mayo de 2012

Montjüic vestida de Mediterráneo

Son muy pocos los sitios en Barcelona donde se puede desconectar por completo del ruido y la jauría. Un botón de esos que sirven de ejemplo es la montaña de Montjüic (aburre que siempre se la adjetive como "emblemática") una vez dejado atrás su estadio; ese recuerdo y reducto del olimpismo, hoy lugar de encuentro para autobuses rebosando turistas y sede para conciertos de divas y divinos. Si Zeus levantara la cabeza...
Además de un estupendo mirador frente a la Sierra de Collserola desde el que conocer y cotillear la ciudad más allá de sus límites por el Llobregat y el Besós, del castillo con balcón al puerto y de un bosque de pinos entre los que da gusto ventilar los pulmones, aquí se encuentra el jardín botánico de la ciudad: no es tan fácil en este tipo de piñas urbanas encontrar un lugar en el que martirizar a los alérgicos primaverales.
No hace falta pasar mucho tiempo entre sus vivos verdes para darnos cuenta de que los ruidos del estrés y sus malos humos no campan por estas lindes: motos, camiones y ruidosos mejor entre semáforos. Aquí el frágil y diverso bioma mediterráneo, desde Cerdeña hasta el sudoeste australiano, de Chile a Sudáfrica, de California a Murcia, ofrece toda su profusión de colores y delicadeza, conquistando un pequeño trozo de ciudad igual que los romanos hicieron suyo el Mediterráneo.

8 de mayo de 2012

Mar y mirto, Marimurtra

No seré yo quien le haga la promoción a un lugar privado que cobra por entrar; para eso ya tienen el dinero de mi paso por caja.
Está muy bien tener los orígenes en un empresario filántropo devoto de la naturaleza; es muy loable que lo consideren el mejor jardín botánico mediterráneo de Europa (¿quién y en base a qué criterios de medición hace estas verificaciones?); y es un placer muy agradecido dar un paseo entre cientos de especies vegetales originarias de regiones áridas y subtropicales, aromáticas, exóticas y medicinales. Pero tengo una pega: los visitantes en temporada baja no merecen ver el jardín más descuidado que el resto. ¿O acaso he pagado menos por ello? Hasta aquí el color del dinero.
Ahora su sabor: creo que el Jardín Botánico de Marimurtra, en Blanes (Girona), es realmente una excusa para cobrar y tener privatizado un mirador en el que disfrutar del sol y el mar de aquí a la eternidad, en un recoveco donde la ausencia de ladrillo y hormigón es tan extraña como una macedonia sin naranjas. He hecho mis pesquisas: es una tapadera, el señor Carl Faust era un visionario del metro cuadrado.
Sean bienvenidos los colores después de cada invierno.

1 de mayo de 2012

Entre bichitos

Nunca fui osado, temerario, ni una especie de aventurero Tom Sawyer, pero sí curioso. Cuando había algo que ver me asomaba con cautela, sin alejarme de quien tuviera la voz de mando- la mayoría de las veces mi padre- y con la obligación de no superar los límites. Levantaba piedras, subía a los árboles, agachaba el culo para bajar pendientes fuertes, me asomaba al barranco, usaba un palo para ir tanteando y pisaba con firmeza... lo que supongo que haría cualquier niño de los que tiraba piedras a los ríos.
Con los años, la misma prudencia y mayor seguridad, sigo disfrutando curioseando, escarbando, cogiendo y saltando; siempre respetando el entorno. Y todo se lo debo a la educación que he recibido- la que nunca sobra, la de casa-, abundante en aire libre, tolerancia, sentido de la responsabilidad y confianza. Hoy los niños no conocen la textura del suelo que pisan porque sus padres no les dejan explorarlo, les racionan la vitalidad; ya no se ven pantalones empanados en barro, sólo centros comerciales con muchas bombillas y móviles en los que depositar tu vida a cambio de redes sociales. Pasar el día entre arbustos y rocas es sucio y cansado, dormir en una tienda de campaña incómodo; el placer lo dan la inmediatez y las facilidades. Estamos prescindiendo de la integración con la naturaleza.
Por deformación emocional soy el que siempre trepa para encontrar mejores panorámicas, pero en el camino he encontrado un par de ojos que buscan constantemente entre pétalos, ramas y piedras, siempre con el punto de mira en seres minúsculos, colores intensos y formas extrañas que nos dejen conocer un poco más este mundo del que tan mala herencia vamos a dejar. Lo más divertido es emocionarnos con cada nuevo escondite hoyado, como si la profesora nos hubiese pedido un inventario de vida que se pueda encontrar en el recreo. Curioso bichito el mío.
Sirva esto como calentamiento para las próximas entradas del blog; el macro me ha poseído.