23 de octubre de 2011

Retales de Myanmar (y III)

Desde que pusimos los pies en casa, la mayoría de las preguntas sobre el viaje han sido acerca de la comida, tal vez esperando una respuesta escrupulosa e insectívora; por supuesto los hoteles son un tema también recurrente en estos casos; no faltan sobre la compañía ni relativas a los traslados; pocas son las inquietudes sobre la cultura y los hábitos de vida; desgraciadamente, menor aún es el interés que despierta la situación económica, social y política de este Estado. Así son los países herméticos, desconocidos hasta en su nombre; la tierra no entiende de fronteras, pero la mayoría de las veces nosotros tampoco (¿dónde?).
Muchas han sido las conversaciones y respuestas sobre este delicioso trozo de pastel, pero nuestros recuerdos apilados sobre palabras siempre se atascaban tras una expresión: "la gente, las personas". Todo viaje es un círculo que hay que cerrar, y no hay nada mejor para clausurar este carrusel birmano que recordar aquello que primero nos llamó la atención, el carácter exquisito de un pueblo austero por exigencias del guión, robusto por necesidad y generoso de corazón.
Como el marinero que llega a puerto para vaciar su barco de mercancías, terminamos un viaje y comenzamos un nuevo proyecto. La mano abre un atlas y saltan chispas. Los dedos, sigilosos maestros de ceremonias, apuntan mil rumbos sobre nombres que en un susurro guardan sueños e historias; cabos, montañas, mares y ciudades nos esperan. ¿Acaso no es maravilloso imaginar delante de un mapa?

16 de octubre de 2011

Retales de Myanmar (II)

El país de los bosques de madera de teca y de los desayunos a base de arroz frito no tiene fin, es un tórrido y húmedo despliegue infinito de templos, tamarindos y flamboyanes, pagodas, budas, monasterios, mangos y drupas de betel, monjes, naturaleza y arte, exquisita, elegante y refinada o de lo más kitsch. Como este guión tiene las palabras contadas, es mejor dejar que sus últimos coletazos los den las fotografías.

9 de octubre de 2011

Retales de Myanmar (I)

Hubo un tiempo en que la propia palabra "viajar" constituía un reto sólo al alcance de unos pocos, aventureros y exploradores cuyas historias pueblan nuestra imaginación desde la infancia. Tras cada colina o cabo superados se abría un nuevo paisaje, un mundo en constante transición que explicar a los demás. Hoy viajar está al alcance de cualquiera con un poco de dinero y tiempo, y el avión nos priva de degustar el tapiz de formas, colores y texturas que existe entre nuestra casa y el hotel con buffet libre al desayuno; a algunos ni siquiera les importa qué visitan ni dónde se ubican en un mapa; los podemos identificar facilmente: llegan a su destino sin quitarse las gafas de sol, empiezan a sacar fotos de estatuas sin saber a quién están erigidas, comen por 30€ con copa de vino incluida y se van. No hay muchos destinos que se libren de esta involución de la cultura (o progreso de la mediocridad).
Cada individuo tiene su forma de hacer las cosas y, por lo tanto, de viajar. La nuestra es intentar comprender lo que vemos y vivir lo máximo posible pegados a la realidad de la gente, sentir que cada detalle de su ciudad, pueblo o pedazo de tierra es tan importante para nosotros como para ellos, y no quedarnos en una lejana perspectiva desde la que obviar sus problemas cotidianos. Pero a este viaje le hemos puesto especial cariño y emoción: por lo que celebraba, la distancia recorrida, lo mágico que nos pareció tras un primer tanteo a dedo sobre el mapa-mundi, el hermetismo del país... Si he transmitido sólo una parte de su genialidad y encanto que hemos sentido, me siento reconfortado por los esfuerzos.

1 de octubre de 2011

Peñalara, sueños de montaña

La Sierra de Guadarrama es sólo un pedacito más del Sistema Central, alineación montañosa tan larga como un viaje en línea recta entre Madrid y el Cabo de Creus, originada por las tensiones entre las placas que sustentan las submesetas Norte y Sur; dos gajos de España a la vista desde su punto más elevado, el Pico Almanzor en Gredos.
Fue en sus cumbres- más concretamente en Peñalara- donde hace casi un siglo se comenzó a gestar el ansia proteccionista en este país, cuya punta de lanza fue la Institución Libre de Enseñanza, impulsada por los ecos de Yellowstone y avalada por la importancia ecológica de estas montañas. Como todos los inicios son siempre hermosos y románticos, ya ha habido tiempo suficiente para que los propios políticos se hagan valer desacreditando cualquier política de gestión ambiental (¿qué país soporta diecisiete criterios diferentes para algo tan indivisible?). Si estos primeros afanados montañeros hubieran sabido que el entonces declarado Sitio Natural de Interés Nacional es hoy el Parque Natural de la Cumbre, Circo y Lagunas de Peñalara, que se ha intentado declarar Parque Nacional y que se encuentra frente al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, tal vez habrían vacilado en sus pasos hasta para darle un mordisco a sus bocadillos. Y esto en un rincón cualquiera...
La cuerda que culmina el muro de granito de Peñalara es el lindero que separa las heredades de Madrid y Segovia, senda fácil de ascender cuando alrededor de los 1900 metros de altitud desaparecen los pinos silvestres y apenas el intenso aire que corre por los collados de la Hermana Menor y Hermana Mayor transita por el lugar. Poco antes de culminar, descolgado de la montaña como el antiguo panteón de hielo que es, se encuentra el Circo de Peñalara, 140 hectáreas esculpidas hace casi dos millones de años por la acción glaciar de la que aún quedan más de veinte lagunas, hábitat privilegiado para la flora y la fauna protegidas. Piornales, pastos, praderas alpinas y líquenes son los últimos acompañantes de un pico que sobre los 2400 metros presenta un rostro de jirones pétreos. Lugar de nostalgia, de soledad y compañía, la que tenemos y la que podríamos haber tenido. Montaña de sueños mientras al pisar escuchas el sonido hueco de las suelas sobre la roca...