28 de febrero de 2013

Lo que hay que ver: peces que pasan la mopa

George B. Schaller, un naturalista más de campo que las amapolas, cree que "todos los seres son perfectos a su manera"... y seguramente tenga razón.
Sin escamas y omnívoro, conocido como pez gato o chupacristales, este siluriforme puede vivir hasta ¡quince años! mientras mantiene los acuarios como una patena. No fue fácil conseguir un primer plano nítido... su dueño no lo tiene amaestrado y hace lo que le da la gana- el pez, se entiende, que el otro está casado y es padre-.

25 de febrero de 2013

Naciente, viviente

Que toda la calle huela a lavanda y las palomas no tengan más opción que inmolarse.
Seguiremos informando.

19 de febrero de 2013

Cuando el invierno regala luz

¿Qué tienen en común los países mediterráneos además de unos gobernantes golfos y una plutocracia carroñera? Exacto, una luz excepcional, cálida y radiante. Ahí ganamos por goleada a los países escandinavos, aunque no nos sirva para construir una educación menos indigna.
Por eso nunca está de más llevar la cámara colgada; en días soleados la oportunidad puede surgir en cualquier lugar, ante lo excepcional o lo cotidiano, llevando a alguien de visita turística o saliendo a echar el rato. Con el invierno recién estrenado, por suerte, tuvimos días de luminosidad primaveral y temperaturas no muy frías. Así hasta las flores te invitan a salir.

15 de febrero de 2013

Huesca (y III). Debe ser por allí

No es comparable a la gran migración de ñus en el Serengeti, pero en aquel páramo desamparado ver cruzar un bicho cualquiera es una fiesta, una batida para el macro.
Sin embargo, lo que nos etiqueta como chiflados es saber que habríamos reaccionado con el mismo entusiasmo si se nos plantase en el camino una manada de elefantes. Por cierto, sólo en ese caso yo podría haber sido el primero en verlos; siempre que alguna forma de vida pequeña o escurridiza pulula a nuestro alrededor, son los ojos de Inma los que destapan su camuflaje.
Como la mañana era soleada y agradable decidimos volver por nuestro propio pie. Rellenaríamos el tiempo que aún nos quedaba por caminos de nadie, pasando bajo nidos de cigüeña y sorprendiéndonos con un diminuto acueducto romano. Por el simple placer de caminar.

11 de febrero de 2013

Huesca (II). Jugando a reyes de Aragón

Tras la visita urbana, la excursión campestre; siempre se puede buscar un hueco para escapar del asfalto y ver las cosas desde otra perspectiva. Nos costaba un madrugón para coger el autobús a Quicena, un pequeño pueblo separado de Huesca por un polígono industrial y algunos campos de cultivo, pero a cambio nos regalaba un amanecer, sus cambiantes colores y los primeros rayos del sol en la cara, entre tierras de secanos agostados y en barbecho.
Hasta el abandonado Castillo de Montearagón no había más que pasear disfrutando del frío viento del alba, camino de muchos lugareños en sus mañanas de jubilación o del paseo perruno de turno. Uno de esos sitios donde definir el ruido como el suave eco de un ladrido entre el baile de las espigas.
Sus muros arrumbados se asoman al corazón de la Hoya de Huesca, transición entre el cauce del Ebro y el piedemonte pirenaico, ya visible desde aquí en el imponente Salto de Roldán, proa del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara y puerta de paso del río Flumen. Tierra de castillos- como el de Loarre-, cereal y moles de piedra cuajadas por angostos cañones y barrancos.
Los sillares y torres de la fortificación cuentan historias de reyes aragoneses, intrigas y batallas medievales, pero ni el hecho de ser Monumento Nacional desde hace ochenta años lo salvan de la decrepitud, como un fruto putrefacto a la intemperie. Su visita es libre, sin límites ni control, porque en este tierra también se ha preferido que el progreso se parezca más a una línea de AVE que a conocer el otro lado del cortijo.

7 de febrero de 2013

Huesca (I). Así negociamos algunos

honi mun tiene la "manía" de querer conocer personalmente a quienes venden sus productos. El mimo en sus colecciones, el cariño por los detalles y su empeño por un mundo con más corazón son su carta de presentación, como su sincera sonrisa. Pero en la trastienda de este titánico esfuerzo personal hay mucho más. Es ella quien quiere llevar en persona sus colgantes, pendientes, pulseras, diademas... donde sea, igual que una madre va con sus niños de la mano a la guardería. Espíritu protector que busca personas honestas al otro lado de la cadena comercial, sentir afinidad, la calidez del trato personal e intercambiar entusiasmo; no basta un simple envío postal.
De este modo llegamos a Huesca (cualquier excusa es buena para acoplarse y conocer sitios nuevos), atraídos por Veloz, una tienda joven, en pleno centro de la ciudad, que rebosa toda la ilusión y dulzura que su dueña le pone; llena de ropa, complementos y marcas independientes, artesanales y creativas. Porque una mujer es mucho más que una tienda de Amancio Ortega.
Una "ciudad de provincias", que se diría antes, ajena a las prisas de una gran capital, con un casco histórico lleno de callejuelas que te transportan en cuestión de segundos entre los estilos gótico, románico, renacentista o modernista, envueltas por sus murallas musulmanas. Es una de esas ciudades que se pueden saborear en un día, sin prisas, acercándote a su identidad. Hay que ir para verla.
Y si honi mun planea tener puntos de venta en Nueva Zelanda, Madagascar o las Torres del Paine, seguramente me vea forzado a acompañarla mientras lleva bajo el brazo una bonita maleta cargada de buen corazón.

3 de febrero de 2013

Islandia (XVII), tierra de elfos. Ásbyrgi

Yo los escuché, lo juro. Serían susurros.
Habíamos elegido- mea culpa- la más demente de las posibilidades para llegar a su morada: en lugar de desviarnos unos kilómetros y continuar nuestra ruta por una carretera convencional (al rudo estilo islandés), cruzamos las entrañas del Parque Nacional Jökulsárgljúfur a través de un irregular camino que apenas dejaba opciones a un cruce de vehículos en algunos apartaderos. Sin rastro de vida humana- ni animal-, durante una hora sólo nos acompañaron pequeños ventisqueros de nieve, suaves colinas bañadas por una vegetación tan áspera como cruel el clima, y la sensación de que el mínimo error- o nevada- podría bloquearnos en medio de la nada; absoluta nada.
Por fin, al parar el motor, bajar del coche y poner pie en nuestro siguiente destino, la sensación fue de alivio... y frío. La sangre recorría a borbotones mis venas y el contraste con el gélido y húmedo exterior fue chocante.
Estábamos en Ásbyrgi- recomendación que traíamos desde Berunes-, un cañón de 3,5km de longitud y uno de ancho cubierto por fresnos, abedules y sauces, con acantilados de cien metros de altitud y silueta como la herradura de un caballo. De repente te encuentras rodeado de verdor y frondosidad, en un paraje único y sorprendente, con formas caprichosas de las que no pueden escapar tus ojos. En medio de este paisaje alucinógeno aparece Eyjan, "la isla", una formación rocosa por la que puedes caminar y casi sobrevolar este mágico entorno.
Según la leyenda, Sleipnir, el caballo gris de ocho patas de Odín, el dios nórdico, plantó aquí una de sus pezuñas. Me lo creo. Y también que hubiese elfos escondiéndose a nuestro paso, cuchicheando entre los árboles y tras las rocas. Los escuché, lo juro.
Después de un día muy intenso por fin parecía que el cielo dejaría de lanzarnos improperios; ahora tendríamos que aprender a lidiar con los vientos costeros de Norðurland, capaces de domesticar charranes árticos. Recorrer fiordos y acantilados litorales, definitivamente, te enseña a convivir con ellos en lugares donde la existencia es durísima. Granjas salpicando la costa, muchas de ellas abandonadas, son la prueba.