27 de agosto de 2012

Sanatori de la Savinosa, cura de espantos

Seguro que Iker Jimenez estaría encantado aquí: en su ambiente para soltar la imaginación, cómodo en una noche tormentosa y feliz creyente de escalofriantes cacofonías donde sólo hay ratas correteando. Entre las playas de la Rabassada y la Savinosa, donde Tarragona deja de ser ciudad y la costa pierde su nombre a favor de los chiringuitos y la masacre del ladrillo, antes se trataba a los enfermos de tuberculosis.
Un pequeño saliente rocoso, privilegiado, rodeado de una densa masa de pinos y acotado por dos playas es un buen lugar para cualquier cura, hoy de espanto ante la dejadez. Lo que podría ser un perfecto edificio para actividades sociales, educativas o culturales es sólo un despojo para el vandalismo.
Todo desvencijado y violentado, pasto para la degradación y la depravación, reflejo de la ruina en las entrañas humanas. Estas paredes y ventanas espectrales, hoy pintadas, rotas, carcomidas y roídas, han tenido que ver de todo, pero ahora supuran abandono.
Vendrán tiempos mejores, como el sueño profundo del que sale la vida tras el invierno.

20 de agosto de 2012

Bilbao... tengo tres horas

Cuando el reloj azota entre la llegada y la partida no hay mucho que hacer, y tres horas son demasiado poco tiempo para conocer cualquier lugar- excepto un aeropuerto, una estación y una plaza de toros-. Esto me pasó en Bilbao, una ciudad como la copa de un pino, en la que sus espacios hablan de reconversión y revitalización.
Entre verdes colinas cubiertas de bosques y casi en la bocana de la ría del Nervión, el urbanismo luce uno de sus mayores logros contemporáneos en España- uno de pocos-. Las márgenes fluviales que vieron crecer el comercio vasco primero y que lanzaron la industrialización de la ciudad después, son hoy espacio de todos. Arteria de aire libre que junto con los parques urbanos y los montes aledaños ventilan buena salud a la ciudad y sus habitantes, aquellos de los que tan habitualmente se suelen olvidar nuestros visionarios gobernantes. Una ciudad que en nuestra oxidada memoria era gris, la misma que de un vistazo se reconoce verde y agradable.
Sin duda en tan poco tiempo de visita el objetivo era el Museo Guggenheim, motor cultural de Bilbao, centro neurálgico del turismo y casi dinamizador del tejido social de la ciudad. Retorcido, curvilíneo, brillante e inclasificable, recubierto con planchas de titanio, Puppy en la entrada y la araña Mamá junto a la ría. Proyecto onírico para cualquier arquitecto, es importante que el museo esté en el contenido y no en el continente- una cosa es la obra y otra la misión que debe cumplir-, de lo contrario llegará el día que quede vacío, inútil e inservible.
Bilbao sin duda merece mejor visita; patear su ría, el casco viejo, los parques, su ensanche. Si querer es poder, alguna vez será...

13 de agosto de 2012

Sobre los pasos en Hondarribia

Serán caprichos de Guadalupe, o de San Marcial...
Había pasado mucho tiempo deseando conocer Hondarribia, la Bahía de Txingudi y sus alrededores, pero nunca imaginé visitar la zona tres veces en menos de un año.
El mar en la desembocadura del Bidasoa sigue tranquilo, como la primera vez, con la flota amarrada y el barquito que hace las veces de taxi para conectar con Hendaya, dando paseos arriba y abajo, por 1,70€. La parte vieja, empedrada y tranquila, continúa esperando el Alarde para rendir sus ecos; mientras, sólo los niños ponen melodía a estos balcones, tan simples como encantadores. El monte, vasco y verde, claro.
En un año poco puede cambiar en una escenificación tan perfecta de las costumbres y el estilo de vida, así que sólo traemos algunas fotos y la historia de un gato escurridizo, celoso de quien pisa su parque sin maldad y cagueta con el que puede tenerla. Será que se las sabe todas.
Y una última foto, infiltrada: un atardecer cualquiera en Elorrio, en el Duranguesado vizcaíno.

6 de agosto de 2012

Montar en bici nunca se olvida

Un mes después sigo sin explicarme cómo ha podido ocurrir. Se me hace difícil creer que he pasado prácticamente nueve meses sin tocar la bicicleta, viéndola coger polvo y apenas prestarle atención, con un sentimiento de morriña que tapaba con una venda en forma de zapatillas para correr. Y eso por no hablar de los casi dos años sin encontrarle la motivación. Tras las llamas y la destrucción del mundo, éste vuelve a su origen, conflagración mediante; la historia se repite.
El viento en la cara y su bufido en las orejas, la suave sensación de deslizar las ruedas por el asfalto, ágiles o tozudas pedaladas una detrás de otra, arriba y abajo, llanos, lomas, montañas, bosques, ríos, prados, campos de labranza. Una salida en bici es una clase doméstica de realidad, de Geografía, un batiburrillo de paisajes que se mezclan entre las retinas y la memoria. Y un enorme ejercicio de constancia y resistencia si te lo propones.
Parece que la chispa se ha encendido de nuevo en Tarragona, donde las carreteras tranquilas y agradables suman muchos kilómetros. Tenía ganas, las había acumulado entre tanta milla recorrida a zancadas. El ciclismo requiere de más tiempo que la carrera a pie, es cierto, pero disfruto como un cochino entre bellotas de cada uno de esos segundos. Los viñedos y pinos de mi nueva tierra adoptiva ya me saludan al pasar, y me ofrecen nuevos horizontes.
¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sin montar en bicicleta? El eterno retorno, dicen.

1 de agosto de 2012

"¡Pumba cué!"

No hay dudas, la genialidad humana se concentra en la infancia; y cuanto más pequeños, más genios. A todos nos han recordado alguna vez cómo decíamos o hacíamos las cosas cuando éramos enanos, y sin falta todos nos hemos sorprendido y reído con nuestra propia magia. La capacidad de sintetizar y simplificar la realidad a esas edades es asombrosa, pues apenas tenemos palabras con las que expresarnos y hay que buscarse las habichuelas; "¡pumba cué!", eso decía mi hermana cuando era pequeña y escuchaba cohetes, fuegos artificiales.
En verano siempre hay actividades diferentes, eventos callejeros y al aire libre que ponen una nota de color a la aburrida receta cultural de las ciudades. Cualquier momento es bueno para romper la monotonía, y estos tres meses del año son un paraíso porque se pueden disfrutar bajo las estrellas y en manga corta.
En Tarragona es ya tradicional el concurso de fuegos artificiales los primeros días de Julio, pero este verano, gracias a los recortes excusados en la crisis, el asunto se ha quedado sin jurado, votaciones ni premios. El resultado han sido tres noches con un espectáculo de veinte minutos, sin mayor objetivo que ofrecer entretenimiento al que se acerque a la playa del Miracle, al Balcón del Mediterráneo o al estupendo mirador que tiene la Vía Augusta sobre el anfiteatro romano de la ciudad.
Sólo hay que apagar las farolas y dejar el mar como telón de fondo, oscuro como el cielo, igual que el sobaco de un grillo.