30 de septiembre de 2013

El vigía y la fortaleza

Puestos a elegir yo me quedo con el de las plumas negras; aunque era un temerario acercándose a por comida, en el fondo no tenía maldad alguna. E incluso padecería mal de altura, porque... ¿qué hacía un cuervo a casi 2.500 metros de altitud?
Apuesto a que con ese pico sería capaz de desgarrar la cubierta de cualquier telescopio. Sin duda él ganaría jugando a piedra, papel o tijera.

27 de septiembre de 2013

El viejo, el banco y Hemingway

Se acercó tanto que casi sentía su aliento. El viejo tenía la piel clara como un fogonazo, arrugada y cubierta de pecas. Sus ojos, escondidos tras unas gafas con cristales cruelmente gruesos, transmitían una mirada intensa y viva, aunque cargaban con la melancolía del tiempo que ya no volverá.

-Buenas tardes, joven -dijo.

-Buenas tardes, señor.

-¿Le molesta si le pregunto qué está leyendo?

-No, claro que no. "Por quién doblan las campanas", de Hemingway.

-¡Oh! ¡Oh! Que alegría me das -exclamó, y mientras lo decía parecía extasiado-. ¡Hemingway!

-Me alegra que sea una buen noticia para usted -contestó el otro desde el banco, aún con el libro abierto entre las manos.

-¡Hemingway! -casi suspiró-. ¡Qué hombre más... intenso! ¿Te gustan sus libros?

-Sí, me gustan sus personajes, y sus historias, aunque odio la tauromaquia y la guerra.

-Bueno, bueno -dijo el viejo tratando de quitarle peso al asunto-, ¿has leído "El viejo y el mar"?

-Sí, me gustó mucho, sobre todo la voluntad inagotable del pescador.

-"Por quién doblan las campanas", Hemingway. ¡Oh! La República, la Guerra Civil, qué escritor, qué vida. Sabes... -hizo una pausa para quitarse, limpiar y ponerse de nuevo las gafas-, yo leía mucho, muchísimo, pasaba horas leyendo, novelas sobre todo. Te gustan las novelas, ¿verdad?

-No es mi género favorito -contestó el otro-. Me gusta mucho leer literatura de viajes y relatos de antiguas expediciones, además de cualquier cosa que caiga en mis manos sobre medio ambiente y geografía. Pero de vez en cuando elijo una novela.

-¡Oh! -exclamó una vez más-. Maravilloso, qué lecturas tan entretenidas y cautivadoras. Me gusta la geografía, aprender de cada lugar, conocer cómo y dónde vive la gente, saber qué cultivan y por qué. Eso es viajar desde el sillón de casa -y parecía que las palabras le salían a borbotones, que rejuvenecía-.

-Sí... -apenas pudo decir el otro mientras su afirmación se perdía bajo la sombra de los árboles.

-Yo leía mucho, mucho. Mi biblioteca es enorme, y he leído de todo. Pasaba las horas con novelas, ensayos, libros de filosofía, poesía, cuentos, no paraba de leer. Pero los ojos se cansaron, ¿sabes? He perdido mucha vista, apenas puedo leer con una lupa y mucha luz directa sobre las hojas. Mis hijos no quieren que lea para que no me quede ciego, casi no me dejan, y hay veces que no puedo aguantarlo y leo a escondidas -los ojos empezaron a brillarle, vidriosos, enrojeciéndose por instantes-. No poder leer me está consumiendo más rápido que cualquier enfermedad. Con los libros siento como si mi cuerpo recuperase energías.

-Vaya...

-¿Podrías hacer una cosa por mí y te dejo seguir leyendo sin molestarte más? -preguntó el viejo, aún emocionado.

-Claro que sí, dígame. Y no se preocupe, usted no molesta.

-¿Podrías leerme un párrafo, o dos, mejor dos, por favor, de tu libro? Da igual, lo que tengas delante, lo último que hayas leído. Quiero sentir de nuevo la fuerza de Hemingway aquí dentro- dijo mientras se llevaba la mano al pecho.

-Por supuesto, será un placer.

-Sabes, me gusta que la gente lea, pero me gusta más verlos leer, en cualquier lugar. Siento que están disfrutando.

Entonces el viejo calló y el otro comenzó a leer..

*Un post diferente para celebrar la entrada número 200 del blog. La fotografía puede haber sido tomada en cualquier lugar donde viva un loco soñador...

25 de septiembre de 2013

El libro que leí en el váter

Conozco a uno que de lector empedernido se ha pasado y tiene una pequeña biblioteca en el baño. No es mi caso, pero tampoco niego que me gusta visitar el WC con algo que leer. Es como la versión escatológica del salmorejo con queso, placer sobre placer. No hacían falta tantos detalles, lo sé.
En este caso el ejemplar es ideal (365 días para reflexionar sobre nuestra Tierra, del fotógrafo y reportero francés Yann Arthus-Bertrand): lecturas breves en impresión de calidad, sin tramas ni personajes hilvanados, concentración escasa, buenas instantáneas aéreas y curiosidades para saciar pequeñas inquietudes, siempre con trasfondo ambiental y relacionadas con los daños irreversibles que el ser humano está causando al planeta en las últimas décadas. El potencial que frente al retrete tienen un bote de desodorante o la publicidad comercial elevado a su máximo exponente.
Me lo regaló mi hermana hace unos años y por fin en 2013 lo he leído; un día un poco y otro día algo más, que ya sabemos lo caprichoso que es nuestro aparato digestivo. Y tengo otro con imágenes de satélite en la recámara...

22 de septiembre de 2013

Cáceres y los Barruecos. Persiguiendo las raíces

El abuelo habla de la casa en la Plazuela del Sol, en Malpartida de Cáceres. De cuando allí estaba su casa, que también era la escuela del pueblo; de cuál era su ventana y de cómo, después de clase, los niños iban a los Barruecos, por aquel entonces charcas y piedras de origen misterioso. Eran otros tiempos, hace casi un siglo; entonces la naturaleza, el aprendizaje y la experiencia iban de la mano.
Pasaron los años y entre sus peñas graníticas y los nidos de las cigüeñas blancas nada pasó a los ojos de una España que siempre mira a los mismos lugares. Hasta que en 1976 Wolf Vostell- un artista alemán de esos con imaginación desbocada- llegó y plantó su museo en un arrumbado lavadero de lanas del siglo XVIII. Entonces sí, entonces los sabios señores de la política pusieron el lugar en el mapa. Porque aunque el lugar está a menos de quince kilómetros de Cáceres, seguramente muchos de ellos ni sepan dónde se encuentra esta capital, o la provincia entera. Desde ese momento este paisaje de granito redondeado por la erosión, estos campos de antigua presencia humana, este hábitat de aves migratorias, empezaron a interesar por el eco mediático de la creatividad, y el lugar fue declarado Monumento Natural. No hay nada como un alemán diciéndote qué tienes en tu país, ¿verdad?
Con la llegada del Otoño y las lluvias el lugar se viste de verde y el olor a tierra húmeda envuelve el ambiente. Las cigüeñas, desde sus nidos, son las señoras del lugar y dueñas del silencio, solo roto por el crotoreo de sus picos, algo así como el choque rápido, constante y rítmico de dos trozos de madera durante unos segundos; una ametralladora en la distancia.
De allí a Cáceres, una ciudad convencional alrededor de una ciudad excepcional, hay unos minutos en coche. La ciudad vieja, de piedra, impoluta e impecable, es Patrimonio de la Humanidad desde 1986, cuando la UNESCO decidió incluirla en su famosa lista por el valor de su entorno urbano medieval y renacentista. Un paseo de unas horas entre sus callejuelas y edificios resulta delicioso, más sabiendo que buena parte de tus raíces han desfilado por allí mismo.
Porque cuando un abuelo habla tiene mucho que contar. Y su nieto mucho que escuchar.

14 de septiembre de 2013

Lo que hay que ver: cambiando estampitas en la plaza

¿Quién no ha coleccionado cromos ni rellenado álbumes? ¿Quién no ha cambiado los repetidos en el patio del colegio?

La semana pasada nos escapamos a Bilbao y Santander, aprovechando que trabajar muchos días seguidos deja un buen poso de días libres por consumir. Recién llegados a la capital cántabra, empezando a conocer sus calles y elegantes fachadas antes de salir a pasear por la bahía y sus playas, nos encontramos con una escena peculiar- y casi de otro tiempo- en la Plaza de Pombo.

Al principio pensamos que serían actividades infantiles de domingo, pero a poco que observamos detenidamente vimos auténticos fajos de estampas y cromos en manos de padres y niños. Parecía una reunión de expertos vendedores de segunda mano, tratantes de la ruta de la seda negociando con piedras preciosas, lino y valiosas especias... 

El fin de semana es el momento de los rastros, los filatélicos, los numismáticos y los mercadillos de variedades, ¿por qué no iba serlo también de los niños que quieren completar su colección de cromos? ¡Bravo por esos padres y sus hijos, no todo son maquinitas estupidizadoras!

11 de septiembre de 2013

Un deporte que no merece su afición

Antes de que nos vendiesen la moto del "nuevo ciclismo", el "ciclismo limpio", ya apenas seguía competiciones ciclistas ni sus resultados; me cansaron sus mentiras... y las de los deportistas en general. Pasaron muchas horas de sillín, rutas, puertos y viajes con la bicicleta a cuestas, pero siempre bastante ajeno al deporte profesional- algo relativamente extraño para un practicante asiduo-. Luego llegó el tiempo de la carrera a pie y nada cambió: veo la retransmisión de algunas carreras primaverales y el Tour de Francia, más por el catálogo de paisajes que enseña la realización que por interés deportivo; ojeo de vez en cuando algún periódico y leo algo de opinión, se acabó.
Pero el gusanillo está ahí; es el deporte que más satisfacciones personales me ha dado y con el que más he disfrutado como aficionado, y estoy seguro de que cuando pase el tiempo de gastar suelas y mirar el paso por kilómetro, volveré a dar pedales tanto o más que antes.
Hace unos días la Vuelta Ciclista a España- ese truño, con esa pésima organización y esa mascota que es un insulto a la decencia- tuvo final de etapa a 200 metros de casa, y no pude perder la oportunidad de salir a verlo en directo. La recta de meta estaba atestada de gente peleándose por un sitio y por cualquier cosa gratis que dejase caer la caravana publicitaria (todo muy español), así que fuimos a parar a la última curva, con mejor luz, sin bullicio y en el último tramo de la ligera subida que encaraban los ciclistas. La experiencia de anteriores sprints me decía que era mejor buscar otros factores de interés distintos al efímero final, pues en la recta de meta todo sucede en un chasquido, los ciclistas están muy juntos y apenas se ve nada.
Ganó Philippe Gilbert, un belga que arrasó en 2011, el año pasado tuvo tres victorias (dos en La Vuelta y el Mundial, de ahí su maillot arcoiris) y que en la actual temporada aún no había mojado; cosas de este ciclismo tan científico y de laboratorio. Casualidades de la vida con él salió la mejor fotografía, esperando su momento poco antes de que Edvald Boasson Hagen (el de la bandera noruega en la bocamanga del maillot) lanzase su ataque. En Tarragona fueron primero y segundo, idénticas posiciones que en el Campeonato del Mundo de 2012, en Valkenburg. Más tarde, sin quererlo y mientras regresaba a casa, me lo encontré con algunos medios casi dentro del portal. Los atendió, le dio la gorra a un chaval sin mirarlo siquiera, y se metió en el coche para desaparecer detrás de sus cristales oscuros y el primer semáforo en verde.
En la recta de meta la gente se agolpaba por ver a sus ídolos y conseguir un bidón, pero el ciclismo de hoy es un deporte regado con sangrantes asuntos de dopaje, sin credibilidad y habitado por mentirosos y estafadores en todos sus niveles; no merece el tiempo y el entusiasmo que su afición, ajena al sentido común, le dedica. En una sociedad devorada por el consumo de retransmisiones deportivas y ávida de ídolos con mucho músculo, más dinero y poco seso, es de lo más normal.

10 de septiembre de 2013

Macizo de Teno. Las cabras también sienten vértigo

Estamos en nuestra salsa cuando hasta las lagartijas se caen de espaldas: carreteras tranquilas que se asoman a un despeñadero en cada curva.
La Punta de Teno es el vértice noroccidental de Tenerife, lo que queda de uno de los tres volcanes que hace siete millones de años hicieron un primer boceto de la isla (junto con Anaga y Adeje; más tarde se levantó entre ellos el Teide). El resultado tras milenios de actividad volcánica y erosiva es un relieve vertical, intrincado, vertiginoso, por donde se retuercen hasta las cabras.
Cruzar el Macizo de Teno desde el Valle de El Palmar hasta el Barranco de Masca no es cosa fácil. Las curvas enlazadas y la pronunciada pendiente dejan afónico a cualquier motor en su escalada, echando pestes a embrague quemado.
Tras el laberinto de laderas y vertientes, por fin la ruta se asoma al Acantilado de los Gigantes, un muro basáltico de dimensiones ciclópeas que absorbe toda la panorámica. No hace falta decir que sus vistas se las ha apropiado, en nombre del turismo, nuestro encantador y delicado urbanismo. El ladrillo, siempre tan comedido. ¡Bravo!

3 de septiembre de 2013

Huida a Garachico

Especulación, negocio inmobiliario y urbanístico, todo vale en el maltrecho litoral español. Ya sabemos de qué pie cojea nuestra sociedad. Y Canarias no es una excepción. Faltaría más, con la cantidad de horas de sol que hay en el archipiélago y la de kilómetros de playa con los que hacer caja, más de uno lo vio fácil para clavar los colmillos y sacar la sangre.
Salimos de Puerto de la Cruz corriendo, sin querer mirar atrás. No nos gustan estos litorales densamente construidos, hacia el Este y hacia el Oeste, con laderas colonizadas en asqueroso desorden y, por supuesto, ocupados hasta el mismo borde de la playa. Aquí, en el Valle de la Orotava, es donde el turismo canario plantó su semilla, donde parió su gallina de los huevos de oro.
Nada queda ya de los laureles y viñedos que hace dos siglos subyugaron los sentidos del geógrafo, naturalista y viajero alemán Alexander von Humboldt. El paisaje le hizo hincar la rodilla y hoy queda allí un mirador que lo recuerda, sobre una autovía y al borde mismo de una sinuosa carretera nacional por la que los coches pasan a 80km/h. Aunque para lo que hay que ver mejor sería cambiarle el nombre por el de cualquier programa de televisión para marujas y analfabetos.
Nos escapamos, con rumbo a la Punta de Teno, a buscar algún reducto de vida tradicional, de arquitectura colonial, algo diferente a lo que se puede ver en cualquier municipio costero español. En el camino hicimos la obligatoria parada en Icod de los Vinos para ver su drago milenario, y desde allí llegamos a Garachico, un tranquilo pueblo costero en el que disfrutar de sus callejuelas flanqueadas de casas sencillas, el Castillo de San Miguel plantando cara al bravo oleaje y las piscinas naturales de El Caletón, entre rocas volcánicas.
pd: he intentado evitarlo, pero no puedo. La Orotava (Taoro para los guanches, el municipio más extenso de la isla de Tenerife) no es un valle, como se suele nombrar; no hay ríos ni ha habido glaciares que provoquen erosión ni vertientes. Geomorfológicamente se trata de una fosa tectónica, una depresión hundida por fuerzas internas y delimitada por fallas paralelas levantadas. A gusto me quedo...