Una vieja ley no escrita dice que cualquier veraneante ocioso que haga uso durante la sobremesa y la hora de la siesta del mando a distancia, conoce la existencia de una montaña, un puerto, un mito, llamado Tourmalet. No es casualidad, su nombre es la palabra más repetida, su ascensión es el momento más esperado, a lo largo y ancho del evento deportivo más global que exhibe a Francia ante los ojos del mundo cada año, le Tour de France. En este caso no hace falta que la realización de la carrera se esmere mucho en deleitarnos- cosa que consiguen mostrando sus paisajes de costa e interior, montaña y campiña, Macizo Central y Camarga... o lo que toque, lo bordan siempre-, especialmente si el azul del cielo es color cobalto y el verde de los prados refulge como si la fotosíntesis obrase magia.
Cualquier amante y practicante del ciclismo sabe que no es el puerto más bello ni el más duro- aunque no está exento de ninguna de esas dos cualidades-, pero su historia lo hace especial. El apego de los Hautes Pyrénées a la carrera, los nombres que han dejado su impronta, las gestas conseguidas por Luz-Saint-Sauveur o Sainte-Marie-de-Campan, en ascenso o descenso, y la admiración que más de un siglo de bicicletas retorciéndose han provocado, hacen de éste un lugar sagrado para el deporte de las dos ruedas finas, un templo para los que disfrutan de apretar los riñones a cada giro de biela, un lugar casi de peregrinaje obligado que lo llega a convertir en una romería de sudor y fotos junto al gigante de su cima.
Personalmente prefiero la vertiente de Luz por el espectáculo visual que se abre a partir de Barèges, con ambos flancos cubiertos por maravillas de la naturaleza: Pic du Midi de Bigorre al Norte y Pic d'Espade, de Campana y de Caubère al Sur, mientras las ruedas acarician el asfalto que el sol calienta y escuchamos la melodía acompasada resultado del más perfecto sistema: pulmones y corazón al unísono. Sin embargo no le hago ascos a las famosas galerías de su vertiente oriental ni al duro placer (¿estamos locos?) de los pocos kilómetros que quedan desde la estación de esquí de La Mongie a los 2.115m de la cumbre del puerto. Lo mejor, si puedes, entregarte en cuerpo y espíritu a subirlo por las dos vertientes, pues seguro que luego puedes darte un remojón en cualquiera de los ríos que descienden casi congelantes hasta el fondo de los valles y recuperarte allí de los dolores que guardes en tus piernas.
Para los amantes de caminar más que pedalear la elección no ofrece dudas: ascender a pie hasta el observatorio levantado en el Pic du Midi, a casi 2.900m de altitud. En un equilibrio casi milagroso con las rocas, da cabida no sólo a una peculiar y mastodóntica estación meteorológica de la red Météo-France y su museo, sino también a miles de excursionistas que se aventuran cada año a disfrutar de las mejores vistas del pirineo: macizo de Néouville, Monte Perdido, Pic de Long, La Munia, etc. A su espalda desaparecen los pequeños pueblos de montaña, así como los valles angostos y retorcidos y se desarrollan ciudades como Lourdes, Pau y Tarbes, vecinas de la llanura del Garona. No hay rincón aquí para despreciar tan enorme paisaje; no hay mayor protagonista que la inmensidad del relieve ni menor pequeñez que el hombre y su obra para admirarlo y conocerlo.
Qué flipaete con la bici jeje el Tourmalet sólo me sonaba de la tele y esas cosas freaks que te gustan a ti xD las fotos que más me gustan son las de animalitos, lo siento mucho, eso es superior a mí jeje y también la de mi hermana :)
ResponderEliminarBesitos!