Nuestro recorrido islandés empezaba a enfilar las últimas curvas y cada vez había menos fiordos que doblegar.
Acantilados que parecían caer del cielo se mezclaban con playas negras y rocas inverosímiles, paisajes de erosión glaciar creados durante miles de años por la fuerza bruta del hielo y cráteres salpicando la desolación de los terrenos interiores. Y de pronto ves focas retozar y eiders planear...
Mientras la marea subía y alguna foca no calmaba su sed de curiosidad acercándose una y otra vez, el interminable crepúsculo parecía invitarnos a permanecer allí abajo hasta que el último animal se escondiese. Pasó una hora, como si hubiera sido un segundo, y tomamos el sendero a nuestra espalda para subir a la casa y calentar la sopa. Más tarde no me pude resistir y salí de nuevo; el aire era fresco pero el sol seguía acariciando el horizonte casi en la medianoche, el silencio absoluto seguía siendo propiedad del viento.