20 de septiembre de 2011

Colores de Castilla, de manual

¿Cuándo dijo Castilla que no tenía trigo para España?
Entre campos agostados y pletóricos cielos cuyas nubes cenicientas son barridas por el viento; entre campos de cultivos cuyas cicatrices son carreteras y alamedas jalonando ríos y arroyos, tiene lugar la representación del mundo que tanto amaba Miguel Delibes. La meseta septentrional se extiende cercada por las robustas márgenes montañosas que crean su inmenso perímetro, como una tierra serena y reposada, peinada por cultivos de secano que llenan un hábitat disperso y rural ejemplar en los libros de enseñanza.
Tierra de paisaje cultural rotundo y monótono, donde el suelo es almacén y las manos que lo trabajan son duras como el invierno. Con una industrialización de juguete y un sistema urbano provinciano- "la capital"-, sus pueblos son hogares de piedra y remansos de paz, como Pedraza, postal mimada a los pies de la Sierra de Guadarrama a la que sólo hace falta colocarle un marco para que el turista se la lleve a casa.
Los contrastes aparecen siempre en cualquier parte, como en el choque de azules del cielo sobre el secarral veraniego, amarillo tintado por el sol. O en el profundo cañón excavado por el río Duratón en sus hoces, en una artística serie de vibrantes meandros bajo la atenta mirada de Sepúlveda.

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