¿Qué tienen en común Sevilla y un plato de sopa- además de la temperatura-? La respuesta es una superficie tan horizontal que aburre a las hormigas.
A 75 kilómetros en línea recta desde la ciudad a la desembocadura del Guadalquivir, el relieve es tan homogéneo que el río apenas desciende en ese trayecto el equivalente a un tercer piso; provoca que lugares con apenas dos metros de desnivel relativo con su entorno sean llamados "altozano"; y que para el ecosistema de marisma sea necesario distinguir en el mapa topográfico el medio metro de profundidad de un lucio cualquiera.
Así dispuestos los elementos, la capital andaluza no cuenta con ni un solo mirador natural. Unicamente la cornisa oriental del periférico Aljarafe permite vistas sobre la ciudad, con algunos balcones que dejan descifrar el cada vez más desordenado e inextricable jeroglífico metropolitano. Sin embargo, el más internacional de los monumentos de la ciudad- la Giralda- es un magnífico escaparate paisajístico, no sólo porque es un hito visible desde cualquier punto de la ciudad, sino porque desde su campanario podemos alcanzar con la vista cada rincón entre el patio de los naranjos y la Sierra de Grazalema.
La mirada se pierde en un horizonte sin obstáculos, mostrándose la ciudad como un manto blanco estirado con casas de no más de 3 ó 4 plantas dispuestas en calles tortuosas y umbrías en primer término- el centro histórico-, y luego con anchas avenidas abiertas al sol y nuevas construcciones en altura que desbordan la compacidad y comodidad de la ciudad tradicional. No obstante, sólo recientemente se ha dejado seducir Sevilla por la obscenidad de los rascacielos, arquitectura foránea en el contexto urbano mediterráneo; importación hortera y trasnochada del concepto "moderno".
Hasta hace no mucho éste era el único lugar público en el que poder interpretar la ciudad desde dentro, pues el resto de edificios de envergadura considerable son privados. Ahora eso ha cambiado- los abuelos y sus nietos lo agradecen- con la apertura al público del mirador Metropol Parasol, conocido popularmente como "las setas de la Encarnación". A una altura mucho más modesta que la Giralda, pero en una localización igualmente privilegiada, su voladizo se levanta suavemente sobre las terrazas y azoteas culminantes de impolutas paredes encaladas; nos muestra un conjunto urbano abigarrado y de calles y callejones trazados como pinceladas de niño; y nos deja conocer cada torre, iglesia o puente que surge a empellones del manto albo, como queriéndose hacer un hueco entre nuestros ojos y un sevillano cielo azul que desde esta perspectiva cada vez parece más ancho.
Que lindo y que lejos alcanza la mirada en el horizonte *
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