3 de febrero de 2013

Islandia (XVII), tierra de elfos. Ásbyrgi

Yo los escuché, lo juro. Serían susurros.
Habíamos elegido- mea culpa- la más demente de las posibilidades para llegar a su morada: en lugar de desviarnos unos kilómetros y continuar nuestra ruta por una carretera convencional (al rudo estilo islandés), cruzamos las entrañas del Parque Nacional Jökulsárgljúfur a través de un irregular camino que apenas dejaba opciones a un cruce de vehículos en algunos apartaderos. Sin rastro de vida humana- ni animal-, durante una hora sólo nos acompañaron pequeños ventisqueros de nieve, suaves colinas bañadas por una vegetación tan áspera como cruel el clima, y la sensación de que el mínimo error- o nevada- podría bloquearnos en medio de la nada; absoluta nada.
Por fin, al parar el motor, bajar del coche y poner pie en nuestro siguiente destino, la sensación fue de alivio... y frío. La sangre recorría a borbotones mis venas y el contraste con el gélido y húmedo exterior fue chocante.
Estábamos en Ásbyrgi- recomendación que traíamos desde Berunes-, un cañón de 3,5km de longitud y uno de ancho cubierto por fresnos, abedules y sauces, con acantilados de cien metros de altitud y silueta como la herradura de un caballo. De repente te encuentras rodeado de verdor y frondosidad, en un paraje único y sorprendente, con formas caprichosas de las que no pueden escapar tus ojos. En medio de este paisaje alucinógeno aparece Eyjan, "la isla", una formación rocosa por la que puedes caminar y casi sobrevolar este mágico entorno.
Según la leyenda, Sleipnir, el caballo gris de ocho patas de Odín, el dios nórdico, plantó aquí una de sus pezuñas. Me lo creo. Y también que hubiese elfos escondiéndose a nuestro paso, cuchicheando entre los árboles y tras las rocas. Los escuché, lo juro.
Después de un día muy intenso por fin parecía que el cielo dejaría de lanzarnos improperios; ahora tendríamos que aprender a lidiar con los vientos costeros de Norðurland, capaces de domesticar charranes árticos. Recorrer fiordos y acantilados litorales, definitivamente, te enseña a convivir con ellos en lugares donde la existencia es durísima. Granjas salpicando la costa, muchas de ellas abandonadas, son la prueba.

2 comentarios:

  1. Fantastico reportaje del lugar,unas fotos geniales.que envidia (sana).

    Saludos

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    1. Muchas gracias Jose Mª.
      Islandia se fotografía sola; si tienes la oportunidad no dejes de ir.
      Un saludo

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