13 de julio de 2013

Un millón de estrellas sobre el Teide

Hay cosas que no se olvidan por mucho que pase el tiempo; momentos, imágenes, sonidos grabados de forma indeleble en nuestra memoria. No necesitan recordarse cada día para recuperarlos, sabemos que están ahí, que aguardan intactos para cuando volvemos sobre ellos; meses, años, lustros después. Sé que esto me pasará con los chasquidos de un glaciar igual que me sucede con el halo de luz de la vía láctea, experiencias fascinantes acompañadas de emociones tan intensas que son insustituibles.
De pequeño, gracias a la escala de prioridades en casa, tuve la enorme suerte de viajar, de conocer otros países y de pasar muchas horas en grandes espacios abiertos (en los 80 no era algo tan habitual); nuestra "segunda residencia" eran la caravana y las tiendas de campaña. Y gracias a la pasión que mi padre desprendía por la naturaleza pudimos disfrutar en familia de lugares inolvidables, momentos que aún hoy siguen siendo una referencia para saber de dónde vengo, cómo me han educado y lo mucho que me han dado e inculcado.
En 1986 la órbita del Cometa Halley se aproximaba tanto a la Tierra que sería visible desde aquí abajo; el siguiente perihelio se anunciaba para 2061. Cualquiera puede imaginarse lo que esas magnitudes temporales suponían para el niño de 5 años que yo era entonces. Nosotros íbamos de camping y entre un buen número de sillas chisporroteaba el fuego (ya he dicho que eran otros tiempos); esa noche tocaba mirar el cielo para ver pasar el cometa, y entre un mundo infinito de estrellas y constelaciones asomaba una luz pálida y blanquecina que contrastaba con el negro profundo de un cielo perfectamente despejado. ¿Qué era aquello?
Más de dos décadas y media después, y con algún esporádico reencuentro a mitad de camino, no me costó mucho convencer a Inma para recuperar esa niñez en uno-de-los-mejores-escenarios-del-planeta. Y no es exagerar. Sabíamos que no habría luna y que estaríamos sobre las nubes. Solo teníamos que esperar a que anocheciera por encima de los 2.000 metros de altitud en las Cañadas del Teide, junto al Observatorio Astronómico de Izaña, y el universo pondría el resto- también puede parecer osado, pero no es hablar por hablar-. 
Ansiosos esperamos a que el crepúsculo terminará su faena; los azules, con eterna parsimonia, se fueron oscureciendo hasta hacerse negro, y empezaron a surgir estrellas como burbujas en agua hirviendo. Los 5º C en el exterior eran una tontería con tanta emoción contenida, y reconozco que algún grito y lágrima se me escaparon en aquella inmensidad orgásmica. Aquel es el mejor cielo nocturno que he visto- y probablemente veré- en mi vida, una experiencia que tenemos al alcance de la mano sin renunciar a nada realmente valioso.

Y ahora sé que a Inma tampoco se le olvidará nunca...
¿Qué cómo me acuerdo de algo que sucedió cuando tenía 5 años? Esa era la pasión de la que hablaba, la educación y los valores que depositaban mis padres en nosotros.

20 años ya mamá, pero es imposible olvidarlo. Tus hijos, tu nieto, TODOS, TE QUEREMOS Y TE DAMOS LAS GRACIAS POR SER COMO ERES, por tu fuerza y tu voluntad inquebrantables en los momentos más difíciles.
"La luna vieja la desmiga Dios para estrellas" (Un día en la vida de Iván Denisovich, Aleksandr Solzhenitsyn). 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias. Me ha encantado todo, las fotos, la redacción,... precioso.
    Un abrazo amigo.

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