14 de septiembre de 2011

Bagan, latidos de Myanmar

Toda región o país, territorio en definitiva, tiene un corazón geográfico, aquel cuyos rasgos físicos y acontecimientos han marcado su historia hasta conseguir hacerse un hueco en el alma de sus habitantes, en una relación especial, única e inmutable de las personas con la tierra que sienten bajo sus pies. En arquitectura sería la cimentación del edificio, en ingeniería los pilares del puente, en una ciudad romana su ágora, o el parlamento para un estado democrático. De este corazón brotan con fuerza los lazos de unión de generaciones enteras, no con una identidad nacional determinada- la política siempre usa el territorio para sus vicios y corruptelas- sino exclusivamente con el suelo, sus árboles, plantas, cursos de agua y playas, rocas o montañas, y construcciones como herencia de nuestros ancestros. No hace falta ser oriundo del lugar para sentir su palpitante combustión; sólo hay que dejar que los pensamientos y sueños fluyan ante paisajes sin igual, sintiendo que la tierra se extiende como un cuerpo vivo del que éste es su alma pura.
Bagan es precisamente éso, el corazón de la geografía birmana, en la margen izquierda del río Irrawaddy y en una árida meseta impávida antes los intentos de la UNESCO por declararla Patrimonio de la Humanidad. Una tierra parda sobre la que se levantan ardientes nubes de polvo que a los rayos del sol amarillean un paisaje infinito, plagado con los restos de los más de doce mil templos y pagodas que aquí se levantaron entre los siglos XI y XIV, en una locura constructiva de color arcilla que comenzó el rey Anawrahta y que dejó los bosques de la zona completamente esquilamados. El paso del tiempo, las crecidas del río y los terremotos han reducido el número de templos, otros han quedado casi decrépitos, pero muchos han seguido en pie, sido reconstruidos o restaurados, siendo posible su visita y la subida a sus cornisas para embriagarnos como el deslumbrado Marco Polo.
El momento más memorable y mágico es el atardecer, cuando entre las nubes brotan tonos brillantes como rescoldos del incendio rojizo que se está produciendo en el horizonte. El viento acompaña la transición de los naranjas a los malvas y rosáceos, mientras en la lejanía pequeños bancos de niebla difuminan los puntiagudos brotes que se tornan en marrones cada vez más oscuros, pagodas que surgen como colmillos de la tierra y atrapan nuestra sensibilidad para siempre.

2 comentarios:

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  2. Me encanta la foto de la mano y del buda en su monasterio.. son preciosas!! hasta pronto;)

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