4 de septiembre de 2012

Islandia (VII). Skógafoss no necesita presentación

Demasiado cerca de Gluggafoss y Sejlalandsfoss como para parecer cierto. Los cuentos tienen un bosque encantado, maldito o hechizado, una cabaña donde siempre humea algo en el caldero, un río impoluto, una torre retorcida sobre una roca inaccesible y un palacio sobrio, elegante y digno. Pero no hay duplicados y menos triplicados, la composición es cartesiana, la estructura sencilla y el fin evidente.
En Islandia todo parece un inalterable e infinito cuento de hadas- ¿habitado por elfos?-: las bellezas naturales se acumulan a lo largo del recorrido y casi se amontonan, parecen reproducirse, multiplicarse al paso de los kilómetros, una detrás de otra no tienen fin. No hay conspiradores ni brujos, ogros o reyes déspotas, sólo el espectáculo de la naturaleza con sus mantos verde y azul, bañada por el aire fresco y calzada por las ovejas- siempre en grupos de tres, madre y crías-, que parecen estar contando los turistas que pasan.
Skógafoss aparece en todas las guías, revistas, artículos, recomendaciones, catálogos, libros y folletos de la isla, y en muchos acapara portadas y protagonismo fotográfico. Estéticamente armoniosa, emocionalmente perfecta, lo tiene todo: alta y vertical, voluminosa, accesible, indomable y a la vez serena, llega retorciéndose entre gargantas y cae a pocos metros del mar a una llanura rasante, rodeada de prados verdes y arenas negras. No me extraña.

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