Pueblo violado y ajado por sus gobernantes desde hace décadas y con una estoicidad, paciencia y sencillez admirables, deja enamorado a cualquiera que le guste lo verdaderamente auténtico.
Encantadores por encima de todo, los birmanos están siempre dispuestos a saludar al desconocido, mostrando un alma sincera y una amabilidad repleta de entusiasmo, como si encontrar a un extraño fuese para ellos un regalo. Respetuosos, humildes y orgullosos a la vez, agradables, generosos para regalar una sonrisa que nunca marchita a cambio de los pedacitos que poco a poco nos van robando de nuestros corazones. Mujeres, hombres y niños, bajitos y enjutos, fuertes y flexibles como el bambú, mascando betel, con longyis en las piernas y thanaka en su piel chocolateada, espontáneos igual que la bandada de pájaros que echa a volar, se sorprenden aún con el occidental y escrutan con su profunda mirada el color de nuestros ojos, el de nuestra piel y, estoy seguro de ello, el de nuestra sangre.
Desde que puse allí los pies supe qué era lo más importante que quería absorber de Myanmar, con qué quería empaparme y disfrutar, y era un verdadero placer saludarlos con la música que rebosa su hermosa palabra Myngalabar, inclinando la cabeza con todo el respeto que sus corazones merecen.
Ha sido una experiencia inolvidable, y desde luego que tenemos un recuerdo extraordinario en fotos como éstas, que saben retratar y difundir la sencillez y amabilidad de sus gentes.
ResponderEliminar