17 de agosto de 2011

Mandalay, mariposas (I)

Hay lugares, ciudades, cuyo nombre produce sobresalto, como si su sola pronunciación fuera impactante, vertiginosa o musical. ¿A quién no le produce ensoñaciones oír hablar de Samarcanda?
En el centro de Myanmar, insomne en una llanura calurosa, la eufonía de Mandalay despierta el revuelo de mariposas en nuestro estómago. Antigua capital real birmana, hoy es una ciudad polvorienta, decadente y plagada de casas andrajosas y charcos donde los niños se refrescan mientras juegan. Junto al gran río Irrawaddy, sus calles tiradas a cordel se extienden sin límites, a excepción del frondoso recinto que ocupa el Palacio Real, hoy zona militar.
Flamboyanes con flores rojo pasión se multiplican como luciérnagas que salen de su escondite al adaptarse las pupilas a la oscuridad, o como los tenderetes que se suceden en calles sin fin soportando el ruido de las motos, la lluvia o el más mortecino de los calores.

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