10 de abril de 2012

Estrasburgo, lady Europa

Si con un mapa en la pared cualquiera intenta hacer diana en el centro de la Europa clásica, las posibilidades de aprender dónde se encuentra Estrasburgo son elevadas. No es casualidad que la capital de Alsacia sea sede de importantes instituciones internaciones desde que hace casi un siglo las inventamos, como el Consejo de Europa.
Su estratégica ubicación es equidistante del Mar del Norte y del Mediterráneo, de Zurich y Luxemburgo, París o Milán, Ginebra o Bruselas. Excéntrica al núcleo de las grandes capitales, pero en el camino de una vía fluvial vital- el río Rin, navegable en 883 de sus 1.230 km desde los Alpes hasta la llanura atlántica-, al borde de Alemania y Suiza, y con todo lo que se le pide a una gran ciudad: universidad, cultura, industria, centros de decisión y delicadeza.
La ciudad, atenta y tradicionalmente dependiente de las crecidas fluviales en un relieve tan sencillo como apagar la luz, se configura según los caprichos del río Ill-antes de tributar al Rin- y todo su sistema hídrico, del que una miríada de canales ha formado islas sobre las que crecer el tejido urbano, como la Grande Ile... y una catedral gótica tan alta que hasta los pájaros se cansan por subirla, tan extraordinaria que el reloj astronómico que contiene se siente insípido en su vanidad, y tan omnipresente en el paisaje que el calificativo de Patrimonio de la Humanidad para su centro histórico pasa de puntillas.
De esa abundancia de agua, los puentes y jardines surgen como la fruta fresca, vívidos y deliciosos. Sus flores y las fachadas con retoques en madera dando la cara a los canales, tienen otra explicación: la del gusto, como esa Petit France maquillada para su enésimo acto con tanta delicadeza y dulzura que sólo le falta bastidor y lienzo para ser impresionista.

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