6 de noviembre de 2012

Islandia (IX). El camino infinito

El coche terminaría hasta el gorro. Y no sólo por una ruta que holgadamente pasó los 3000km, ni sus pistas o caminos, la lluvia, el barro o la nieve, los cambios de rasante vertiginosos o el rastro de galletas que pude dejar; fue también el abrir y cerrar de puertas, el ahora paro y vuelvo a arrancar, apartarse a un lado y casi saltar a por la cámara.
La naturaleza en Islandia es tan fascinante que el viaje parece no tener fin; menos en la memoria. En cualquier lugar la panorámica es extensa, la geografía radical, la experiencia inolvidable. Te corroen los sentidos sus campos de lava, musgos y líquenes, cráteres, las hojas moradas de sus Lupinus nootkatensis, los glaciares, fiordos, laderas verticales, llanuras repletas de corrientes azules zigzagueantes, o su aire límpido.
Una guía de viaje, por muy completa que sea, no puede abarcarlo todo; ni siquiera los lugares pintorescos señalados por todas partes en nuestros mapas de carreteras. Era una delicia observar, admirar y reconocer cada recoveco sobre la cartografía que llevábamos. El coche podría haber echado humo, el obturador también, pero creo que todos estábamos demasiado extasiados... en cualquier rincón.

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