29 de noviembre de 2012

Islandia (XIII). Berunes, exquisito

Pasar la noche en Berunes fue una delicia, dormimos arropados por algodones. Cuatro generaciones de la misma familia han trabajado este hogar, primero como granja y luego reconvertido a hostal, un alojamiento en el que no caben las clasificaciones de estrellas ni la palabra lujo, porque todo está hecho con otra escala de medidas: mimo, cariño y dulzura.
La casa se encuentra en la boca de Berufjörður- el primer gran fiordo que recorta la costa oriental islandesa-, frente a la localidad de Djúpivogur y tras pasar el violento cañón del río Fossá, rodeada de agua, pastos y moles montañosas verticales. Todo aquí te transporta a otro tiempo, te conduce a un mundo de sensaciones desconocidas, casi irreales; retomas la pausa, escuchas el viento y reconoces la libertad.
Entre sus paredes de madera puedes despertarte envuelto en mantas y sentir cómo se filtra la luz por las ventanas, sin escuchar más que el azote de la naturaleza anunciando un día bravo. Caminas por la casa y cruje la madera; exterior e interior forman un único lienzo, vives una atmósfera en la que los relojes se han detenido.
Aprovechamos la hierba fresca de la mañana para descender a una pequeña ensenada donde patos y ostreros se paseaban a sus anchas, pasotas con nuestra presencia e insensibles a unos 3º C que nos empezaban a poner la carne de gallina. Y disfrutamos de un desayuno islandés inesperado, exquisito y delicado, como todo en esta caja de sorpresas en la que el trato humano se convierte en tertulia, cercana y afectuosa. Definitivamente, por unas horas, formas parte de esa familia aferrada  a sus raíces.
No, no hacen falta estrellas, sólo ternura y calidez.

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