9 de noviembre de 2012

Islandia (X). Svartifoss, basalto refinado

En un país donde todo- o casi- es lava petrificada, no podían faltar catedrales.
En el reborde meridional del Parque Nacional Skaftafell y entre tantas lenguas glaciares que parecen los tentáculos de un pulpo, se encuentra la Cascada Negra: Svartifoss, rodeada por uno de los pocos bosques que pueden verse en Islandia. En ella, el agua se desploma flanqueada por columnas basálticas hexagonales, surgidas de un proceso de cristalización mineral en el lento enfriamiento de una colada lávica; el espectáculo es hermoso... pero formaciones así las hay en Islandia como vacas en Suiza. Los bloques desprendidos, algunos de tamaño muy respetable, descansan sobre la corriente de agua en su camino hacia las arenas de Skeiðarársandur, un paisaje inhóspito de cenizas, arena, viento y cientos de cauces, donde cielo, mar y tierra se entremezclan en el horizonte. 
Introducirse en esas tierras es poco menos que jugarse el tipo, pero no lo es llegar a Svartifoss por su agradable sendero, pasando junto a Hundafoss y Þjónfafoss (aquí las cascadas no vienen solas), e introducirse en el anfiteatro de basalto y agua que recoge el suave sonido de este órgano. Los islandeses, enamorados de su tierra, no han dudado en homenajear a sus monumentos naturales imitando sus curiosas formas y texturas, como en la iglesia de Hallgrímskirkja, en Reykjavík; pero todo a su debido tiempo.

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