14 de mayo de 2013

Islandia (XXII). Glaumbær, granjas de hombres sabios

Tener el jardín en la puerta de casa es lo que a muchos nos gustaría; salir fuera y encontrar que la hierba crece alrededor de nuestros pies, una brisa verde y fresca que contagie buen humor. Lo raro sería hacer las lentejas con el césped sobre la cabeza...
En las áreas rurales islandesas las granjas se construían de esta curiosa forma hasta el siglo XIX, con unas pocas piedras, algo de madera y turba. De este modo, sus habitantes conseguían un estupendo aislamiento para la vivienda y emplear materiales baratos y sencillos de obtener; porque si una cosa abunda en Islandia además de volcanes y mantos de lava petrificada, es un mullido colchón de hierba verde y carnosa. El quid de la cuestión está en el ángulo de inclinación de la techumbre: si es muy plano, no escurre el agua y se filtra al interior del hogar; y si tiene demasiada pendiente se puede desmoronar en épocas secas, o no crecer la hierba por la rápida escorrentía durante las lluvias. Y si Calatrava hubiese sido granjero otro gallo cantaría...
Ya ven, casas que pueden durar un siglo hechas de suelo y raíces. Desde hace dos décadas se anuncia, vende y especula como desarrollo sostenible, pero antes se le llamaba sentido común.
El cielo azul y el sol pellizcando eran los aliados perfectos para hacerle un test de calidad al prado, echado de espaldas o comiéndote un bocadillo frente a Glaumbær... aún intuyendo que tanto montículo verde puede esconder teletubbies.

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