Abbottabad, un nombre tan melodioso como intrascendente hasta ahora para el mundo globalizado, ha pasado en unas horas de estar olvidado en un frondoso y agradable valle a más de 1200 metros de altitud próximo a la conflictiva Cachemira, a ser el epicentro del orgullo norteamericano y el estandarte de la lucha contra el terrorismo islamista o, lo que es lo mismo, la eterna pugna del novelero frente de guerra entre el bien y el mal.
Pero toda historia debe tener su crítica y su sorna, o al menos todos debemos hacer un pequeño ejercicio de reflexión sobre algo tan común y tan de conversación de ascensor como un suceso de estas características, mejunje y sopa informativa estos días. De vez en cuando hay que hacer de abogado del diablo. Allá vamos:
1. Desde el 11 de Septiembre de 2001 hasta el 1 de Mayo de 2011 van casi 10 años (no tengo tiempo para contar los días) y vaya usted a saber cuánto dinero invertido en la búsqueda de un sujeto. EE.UU., economía y potencia militar más poderosa en todo el orbe, pone todos sus medios (y modos) a disposición de su Agencia Central de Inteligencia (CIA) para encontrar a su santo y seña en la misión de sacar brillo a la venganza. Después de semejante medalla (10 años, oiga) mejor será cambiarle el nombre, porque clarividencia han mostrado poca; el caballero llevaba 5 años en el mismo lugar.
2. Buscaron en cuevas y montañas durante mucho tiempo (¿se los imaginan preguntando a algún lugareño dónde tomar el sendero?), incluso tomando la sabia determinación de dejar la misión en manos de gente local y bombardear las montañas de Tora Bora con sus todopoderosos aviones, y el susodicho se ha ido a esconder en una lujosa casa tapiada y alambrada (discreta, claro: hormigón visto) en una ciudad de 150.000 almas con un clima tan agradable como el de San Sebastián en verano, conocida por sus múltiples escuelas y sus instalaciones militares, lugar de peregrinación turística en Pakistán.
3. El derecho internacional y la soberanía de un Estado no sirven de nada cuando se trata de que EE.UU. salde sus cuentas con los bandidos y forajidos: no es que el gobierno pakistaní no autorizase la intervención militar, sino que se trata de una violación en toda regla de la soberanía territorial de un Estado reconocido internacionalmente, del uso de armas en acción de guerra en suelo extranjero para asesinar a un ser humano (de ninguno de ambos países, por cierto) en nombre de unas leyes, por supuesto, sin efecto en el lugar de los hechos. Han violado su espacio aéreo y pisado su suelo sin autorización para una misión cuasi divina: matar. Creo que como compensación van a eliminar de su formulario de entrada en el país la pregunta sobre la intención de atentar contra el presidente de los EE.UU.
4. Profundizando en lo anterior y en la dirección y supervisión del evento, no podemos pasar por alto que en la Casa Blanca se reunía en esos momentos un consejo de guerra. Barack Obama, Joe Biden, Hillary Clinton y la cúpula militar, entre otros. Ya sabemos que la industria bélica es importante para la economía, pero de ahí a que para matar a un enfermo hepático haga falta ésto, va una importante función de márketing y maquillaje civil. Todo sea por limpiar nuestras almas, que hasta había quién deslizaba entre sus dedos las cuentas de un rosario.
5. Acostumbrados a ver la efectividad cinematográfica del ejército norteamericano, limpio, silencioso y rápido en sus acciones, parece ser que los SEALs (más de película imposible) entraron como un elefante en una cacharrería. Casi se repite el Black Hawk derribado de Somalia en 1993 y uno de los helicópteros empleados en la misión, tras un tempranero accidente, tuvo que ser posteriormente eliminado. Estamos a la espera de que el Departamento de Estado Norteamericano confirme si el juguete se ha desintegrado, autodestruído como los mensajes secretos del Doctor Gadget, volatilizado o ha sido magia negra pastún la que se lo ha llevado por delante.
6. Es bien conocida esa extraña búsqueda de algunos países por alcanzar la paz persiguiendo la guerra, luchando contra el eje del mal codo con codo con el bien, criticando planteamientos religiosos y bendiciendo tus misiones militares en nombre de Dios. Lo que no me esperaba es que en este espíritu occidental tan misericordioso y bondadoso estuviésemos celebrando que la justicia se administre en dosis de balas en la cabeza y el pecho, celebrados a pleno pulmón en la calle enarbolando una bandera. Como dice un refrán inglés, "hay a quien se le permite robar un caballo y a quien ni se le deja mirar por encima de un seto" (recuerdos al presidente iraní y a sus plantas de enriquecimiento de uranio). La eterna pugna entre el bien y el mal se dirime y administra desde hace unas décadas (y cada vez con mayor connivencia) desde Washington.
7. Y tan cierto es lo anterior como que se han pasado 10 años persiguiéndolo cuando hubo otros diez que lo estuvieron apoyando logística y económicamente. En los años 80 EE.UU. y la CIA (de nuevo en escena) estimularon la causa de Bin Laden para zafar del yugo soviético a Afganistán. Estaría bien que nos definieran periódicamente cuál va a ser el bien y el mal en los años venideros, así evitaríamos unas confusiones un tanto extrañas. Tampoco estaría mal un campeonato de chistes malos sobre leperos y pifias de la CIA, a ver quién se lleva el trono.
8. Como no nos cabe duda del tacto y sensibilidad con la que han llevado a cabo la misión los norteamericanos, no dudamos tampoco de su palabra sobre el trato que habrán tenido para con el cuerpo inerte. De un grupo del que sabemos por fotos y vídeos el escarnio y abusos que inflige a sus prisioneros, nos creemos que han seguido un ritual perfectamente islámico. Desde un portaaviones lo han tirado al mar envuelto en un saco pesado, cuando el islamismo sólo contempla el funeral en tierra firme. De ahí en adelante que cuenten lo que quieran; yo me los imaginaré brindando, riéndose y disfrutando el momento de la humillación. Ah, claro, que querían evitar un centro de peregrinación y que se convirtiera en mártir. Imbéciles, su propio grupo étnico no acepta ese tipo de actos incluso atentando contra ellos; ídolo y mito ya lo era y estaba claro que se convertiría en mártir. No me quiero ni imaginar lo que habrán hecho con su cuerpo.
9. Para rematar lo indigno y grosero, no han tardado en difundirse fotos del suceso. De un lado la tensión vivida en el despacho del jefe; quedarán para la posteridad como los héroes políticos que lo consiguieron. Por otro un fotomontaje del rostro de Bin Laden, ensangrentado y con una bala en la cabeza. No es una imagen veraz- aunque las hay- pero se ha difundido como la espuma. Lógico. Felicito al que lo ha hecho por su destreza... a ver si me ayuda con las máscaras de capa del Photoshop. Por cierto, muchos nos acordamos de Gaspar Llamazares, también prófugo islamista de la justicia norteamericana; es el único representante político español que he escuchado con una reacción crítica, sensata, humana y digna.
Y 10. Sólo hay que tener un poco de ojo crítico para darse cuenta de que esta intervención, en marcha desde el pasado verano, se ha llevado a cabo en un momento histórico de auge de la masa cívica islamista en contra de sus gobiernos y, sobre todo, justo cuando se le criticaba a Obama que no hubiese cerrado Guantánamo y que tuviese allí presos sin un proceso judicial limpio. Claro, que no ha tardado en salir a la luz que la pista que ha llevado a sus servicios secretos hasta Abbottabad ha salido de la confesión de un recluso de dicho penal. Y ya que nos planteamos Guantánamo y su legalidad, ¿habrán sido tan legítimos los medios para conseguir dicha información como la soltura con la que su ejército ha entrado a matar en otro país sin autorización?
* Por una vez, y sin que sirva de precedente, la foto no es mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario